Sevilla

«El número uno es Bach, sin duda»

«La vuelta al mundo en 80 músicas» es un libro para reconciliarse con lo mejor del ser humano

Andrés Amorós
Andrés Amoróslarazon

«La vuelta al mundo en 80 músicas» es un libro para reconciliarse con lo mejor del ser humano

“La vuelta al mundo en 80 músicas» (La esfera de los libros) lleva al lector desde el canto gregoriano hasta las mismas puertas del cielo donde llama Bob Dylan. Se trata de lo sublime, de hacer vibrar, como si fuera un papel de fumar, el lado sensible de los hombres. Amigo personal de los más grandes. Amorós sugiere en su último trabajo algunas de las mejores páginas de la música occidental durante el último milenio.

–¿Bach es de las pocas cosas que logran que un ateo crea en Dios?

–Bueno, no sé si en Dios o en un dios personal. El discurso de ingreso de Federico Sopeña en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando trataba de eso, «La música en la vida espiritual». A él lo que le interesa, y a mí también, es este tipo de música que tiene una aspiración espiritual, que te abre a otros mundos, y Bach tiene esa capacidad, desde luego. Si me preguntas cuál es la cumbre de todas las músicas que conozco te respondo que es Bach y su chacona para violín, que es algo insuperable. Además, creo que encarna la música como Velázquez la pintura, ya está, no hay mucho más que decir.

–En su libro hay música pero también cine, literatura y pintura. Realmente aquí de lo que se habla es de los sentimientos.

–Absolutamente, hablamos de arte. Tiene una técnica que no hay que desdeñar, pero sobre esa técnica hay una genialidad que abre a mundos infinitos que los pobres mortales no tenemos. Fíjate que Bach es la música, la novela es Cervantes, el teatro es Shakespeare, yo añado también que el fútbol es Di Stéfano, en todos ellos se da la genialidad, pero la biografía de cada uno no explica cómo pudieron ser genios.

–¿El genio de dónde sale?

–No tengo ni idea. Uno de mis maestros, mi querido Don Américo Castro, estudió toda su vida a Cervantes porque era incomprensible que un señor que vino a Sevilla a cobrar impuestos, con unas hermanas que eran de esa manera y con tantos problemas escribiera así. ¿Cómo pudo hacer esa obra? Pues Don Américo lo escribió en los años veinte en «El pensamiento de Cervantes». Cuenta que la clave está en el viaje que hizo a Italia, como también hizo Velázquez. Luego en un segundo libro, muchos años después, «Cervantes y los casticismos», explica que lo que refleja es esa crisis de la España dividida entre moros y judíos, cristianos nuevos y cristianos viejos, pero no se sabe con certeza la causa del genio de Cervantes. ¿Por qué Velázquez pinta tan bien?

–Es como lo que sucede con los cuadros de Rothko, que te llevan a Satie.

–Porque volvemos a lo mismo, Rothko era un pintor profundamente espiritual...

–¿Hemos cambiado mucho los seres humanos desde los cantos gregorianos hasta la llegada de la música rock?

–Pues esencialmente no. Hay una frase de Shakespeare que lo explica perfectamente. En una tragedia isabelina, terrible, donde se matan entre todos, escribe: «Son cosas entre hombres y mujeres, nada más». No se puede explicar mejor.

–Hábleme de Satie. ¿Dónde está el truco?

–Pues es que Satie logra una vuelta a la Edad Media, una especie de ingenuidad maravillosa que es lógico que la gente se vuelva loca con las «Gnossiennes» y las «Gymnópedies». Es descubrir, volver a una melodía muy sencilla pero muy emocionante. Eso pasa con Federico Mompou o con el Chopin más íntimo.

–Luego aparecen esas colaboraciones fantásticas como las de Fellini y Nino Rota.

–En el libro he pretendido meter algunas cosas un poco raritas y mezclarlas con otras más clásicas, como Nino Rota, Chaplin y Ennio Morricone que son magistrales. Hay que reconocer que Italia tiene un genio musical muy peculiar, el cine de Fellini me gusta mucho y la música de Rota es espectacular. También defiendo que hay ciertas músicas populares que te pueden conmover como lo hacen las de Bach o Mahler.

–Durante su vida ha conocido a gente de la talla de Orson Welles, Julio Cortázar o Mstislav Rostropóvich, que eran genios. ¿En qué se notaba?

–Pues en la sencillez, en la educación, ninguno era vanidoso o tonto en ese sentido. Con Cortázar iba por la calle en Madrid y le paraban muchísimo, todo el tiempo, pero él atendía con absoluta amabilidad al último jovencito que le pedía una foto. Me gusta distinguir entre la vanidad y el orgullo. Estos no eran vanidosos, pero sí tenían orgullo porque sabían lo que valían. Cortázar sólo se quejaba de que no le dejaban tiempo para escribir, para escuchar nuevos músicos, para sus cosas.

–También fue muy amigo de Luis Miguel Dominguín..., dígame la verdad. ¿Quién es de verdad el número uno?

–El número uno es Bach, sin duda.