Venezuela
El poeta y la peluquera
El escritor Emilio Durán, que avanza hacia los 85 tacos de almanaque casi ciego y en plena juventud, agarró por la mañana un ejemplar de un libro suyo. Quizá el premiado poemario «Mosaico de los amores perdidos» o tal vez la novela «Plaza del Cabildo», donde cuenta como nadie a Sanlúcar de Barrameda y al gran amor de su vida, si acaso que no fueran la misma cosa. ¡Qué importa el título! Quería regalarle un pedacito de su obra, sea cual fuese, a una de las mujeres que le alegran la vida. El invierno, que baja cabrón, lo ha tenido pachucho y enclaustrado varias semanas, pero ayer había recobrado las fuerzas y la coquetería, que es el termómetro de su ánimo: necesitaba pelarse y hacerse la manicura porque no puede un seductor presentarse en la tertulia vespertina como el soldado que regresa de una batalla. La conversación con Tamara, la abnegada esthéticienne, transcurrió por los derroteros de siempre. Don Emilio, incorregible, celebrándole la suavidad de sus manos, la melosidad del acento, la fragancia y esa belleza que apenas percibe pero intuye; Ella, fingiendo enojo y muerta de la risa, encantada con ese cliente tan original que le habla, en lugar de las travesuras de sus nietos, de sus galanterías pasadas y de las imposibles conquistas del presente. La notaba un poco menos locuaz que de costumbre, empero, más atenta a la radio que a las chanzas y con un punto de preocupación en la voz. Terminada la tarea, liquidada la transacción, llegó el momento del obsequio, qué más da si el poemario «Mosaico de los amores perdidos» o la novela «Plaza del Cabildo». Lo importante era la dedicatoria que le había garabateado, con pulso inseguro porque la vista no alcanza: «Viva Venezuela libre». Tamara, caraqueña mortificada por la tiranía que asuela su país, lo abrazó arrasada en lágrimas.
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