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Las jugadoras del Athletic Club se alzaron con el LXV Trofeo Ramón de Carranza
Las jugadoras del Athletic Club se alzaron con el LXV Trofeo Ramón de Carranzalarazon

Manolo Vizcaíno es un visionario con el que la vida me ha unido con la misma naturalidad con la que nos mantuvo en posiciones encontradas hace unos cuantos lustros. Ahora reside en Cádiz, ciudad en la que se ha asentado a pesar de un lastre mucho más pesado que sus desamores con la familia Pina, los accionistas de referencia del club amarillo que preside: su condición de sevillano, cuestión más folklórica que real, en vista de que Carlos Díaz cabalgó sobre varias mayorías absolutas pese a haber nacido Guadalquivir arriba. El caso es que Vizcaya, como lo llaman sus amigos, tuvo la feliz ocurrencia de transformar el Trofeo Ramón de Carranza en un certamen de mujeres, ganado en este 2019 por el Athletic féminas tras imponerse en la final a las chicas del Tottenham. El espectáculo deportivo ha sido deplorable y el público ha correspondido con un clamoroso vacío de las gradas, a las que apenas si se asomaron tres millares de valientes, la mayoría de ellos con entradas regaladas. Di Stéfano, Pelé, Gento, Mágico González, Beckenbauer, Cruyff o Messi, entre otros, marcaron una época de esplendor que ya periclitó y el avispado dirigente cadista ha tenido la luminosa idea de revitalizarlo con, a falta de interés futbolístico, el poderío de la corrección política. Compañías mercantiles de altísima facturación –BBVA, Hyundai e Iberdrola, entre otras– se agolpan para patrocinar un evento del que huyen los espectadores, igual que todo el periodismo deportivo, ese gremio donde la mordacidad se lleva por bandera, ha callado ante el bochornoso arbitraje de la señora Frappart en la Supercopa de Europa. Ni el experimentado colegiado internacional Clément Trupin, que oficiaba desde el VAR, se atrevió a desautorizar a su errada compatriota: prefirió quedar de burriciego a ser tildado de machista.