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Javier Moro: «Yo cometo libros, otros los escriben»

Estrena novela contando la vida de la primera española que triunfó en Hollywwod

Javier Moro: «Yo cometo libros, otros los escriben»
Javier Moro: «Yo cometo libros, otros los escriben»larazon

Javier Moro (Madrid, 1955) recupera la historia de la actriz Conchita Montenegro en su última novela, «Mi pecado» (Espasa) y dibuja el mundo del glamour despiadado del Hollywood de los años 30.

–¿Se va a confesar en esta novela?

–¿Por «Mi pecado»? A ver, yo cometo libros, otros los escriben, y aquí he cometido mi último libro, pero no tiene nada que ver porque ése es el nombre de un perfume que aparece en el libro. Parece una película pero se trata de una historia que si me la llego a inventar no se la cree ni Dios.

–Es fascinante.

–Es una historia de novela pero que pasó de verdad, con el final que tuvo.

–¿Qué hubiera sido de Hollywood sin los españoles?

–No hubiera pasado nada porque no jugaron ningún papel determinante ni de influencia. Lo que sí hicieron fue películas en español, algunas fueron buenas, pero muy pocos dieron el salto al cine americano aunque hicieron sus cosas en el de Iberoamérica. Conchita Montenegro sí lo dio y luego habría que esperar muchísimos años hasta que Penélope Cruz o Antonio Banderas repitiesen aquella aventura.

–Entre ambos periodos, Sara Montiel contaba que estuvo con todo el mundo del cine de allí...

–Bueno, pero Sara Montiel fue una actriz hispana. Si le preguntas a un norteamericano por ella no saben ni quién es. No se movió del mundo hispano, tuvo muchísimo éxito desde luego, como Imperio Argentina, pero eran estrellas del tipo folclóricas. Ella no tiene nada que ver, es otro estilo, las gabardinas con cuello alto... Sara Montiel, en el mundo anglosajón era una persona desconocida.

–¿Cómo llega a Hollywood?

–Cuando llega el cine sonoro los estudios no quieren perder la cuota de mercado que tienen y contratan a un montón de gente para rodar distintas versiones. En inglés, italiano, polaco y luego los españoles. Allí llega gente como Gregorio Martínez Sierra a poner un poco de orden en todo ese cacao que había. Allí estaba sucediendo lo que se llamaba «La guerra de los acentos», porque los mejicanos querían imponer el suyo y los españoles el suyo, los argentinos el suyo... Los americanos no entendían nada y tuvieron que arreglarlo, por eso le contratan y Martínez Sierra pide ayuda a la RAE, porque no sabía cómo lidiar con ellos. En ese momento llega Conchita Montenegro, se siente arropada, como otros españoles que se reúnen en un bar propiedad de Chaplin, que era muy amigo de ellos hasta el punto de que a su casa la llamaban «La casa de España».

–Y llega a un mundo maravilloso en el que te puedes asomar a la ventana y ver a un grupo de cebras corriendo perseguidas por un león.

–Sí, porque es el mundo estrafalario de los ricos, pero también de los Harvey Weinstein de la época, de los que te dan una oportunidad a condición de que tú les des algo. En estas aguas esta mujer nadaba muy bien porque tenía carácter. De hecho, ella le dio una bofetada a Clark Gable durante una prueba de rodaje.

–Que le valió para que le dieran el papel.

–Claro, es que nadie le daba una bofetada a Clark Gable, eso era como dársela a Dios. Tenía una gran personalidad, pero lo que de verdad la catapultaron fueron sus ojos.

–¿Por qué casi nadie se acuerda ya de ella?

–Porque buscó el olvido, desde que se casó con Ricardo Jiménez-Arnau cambió de vida y quiso borrar su pasado de una manera muy drástica y difícil de entender. Ve la posibilidad de dejar atrás la vida de actriz, porque siempre estás de aquí para allá. En ese momento, en España ser cómica era lo equivalente a ser puta. Estaba muy mal visto y más cuando se iba a convertir en la mujer de un embajador. No dio ni una sola entrevista más desde que se casó hasta poco tiempo antes de su muerte.

–¿Existe aún ése Hollywood?

–Bueno, el espíritu sigue siendo el mismo, ese contraste del aspecto de paraíso de las casitas con su piscinitas, el jardín maravilloso, todo muy cuidadito, que luego choca con la ferocidad de esa sociedad en la que vales lo mismo que tu última película. Todo eso sigue siendo igual. Cuando hice «Valentina», Anthony Quinn me contaba que si el lunes iba a jugar al golf y su película no había tenido una buena taquilla durante el fin de semana se sentía señalado. La diversión de la gente allí es ver el periódico el lunes para saber qué han recaudado las películas, es como las quinielas. Se trata de un mundo muy cerrado y tremendamente clasista, donde vale lo que vale tu última película. Puedes pasar de la gloria más total al olvido en solo diez segundos. De hecho, ella llega a Hollywood en plena oleada de suicidios tras el fracaso de los actores del cine mudo en la etapa del sonoro.