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París

Joquín Leguina, «triunfar hablando mal de todos»

Joquín Leguina, «triunfar hablando mal de todos»
Joquín Leguina, «triunfar hablando mal de todos»larazon

El retrato habitual resulta inútil con Leguina. Ha escrito un libro en el que habla de lo que se le va ocurriendo. De «un buenas noches» a Marlene Dietrich en París a la meada de Sartre sobre la tumba de Chateubriand. De sus gustos literarios y sus libros a las películas de su vida. Total, un lío indisimulado. Le preguntamos al tuntún.

–¿Tolera el robo en su biblioteca, a modo de saludable poda?

–Ofrezco sin problemas préstamos que sé que nunca se devolverán. Habrá que pensar en «echarlos de casa», como a ciertos hijos talludos e inútiles. Si sigue la crisis... y dadas las pensiones que nos esperan, quizá no sea mala salida para un anciano medianamente ilustrado.

–Después de trasegar con tantos personajes literarios, tantos ideales y condensaciones, ¿qué espera (todavía) del ser humano?

–Tengo para mí que los autores que he motejado de «piadosos» eran mejores personas que los motejados de «no piadosos». Delibes frente a Cela. Galdós frente a Valle Inclán. Cervantes versus Quevedo.

–Habla de autores marinos, escritores y viajeros. ¿Qué le inspira esta frase de Conrad: «Pensé que era un viaje y en realidad era la vida»?

–La de Conrad bien podría haberla suscrito Stevenson. «La vida no es necesaria, navegar sí». He viajado mucho, pero el viajero se parece poco al turista. Yo, como turista, practico «el turismo incompetente». No me importaría hacer una guía, por ejemplo, de París o de Madrid para «turistas incompetentes». Turista incompetente: el que no va donde va la gente. El que entra en el Museo del Prado, ve quince o veinte cuadros y se marcha. Uno no puede digerir bien dos kilos de gambas.

–De Gaulle, tras la Liberación de París, le comentó a Malraux sobre el periódico de Albert Camus: «Sus amigos de Combat, lástima que sean unos energúmenos porque son los únicos honestos». En España, en estos días, ¿hay que insolentarse para conseguir atención?

–El Camus de la madurez estaría de acuerdo con las palabras de De Gaulle acerca de un Camus juvenil. En verdad, De Gaulle jamás tuvo a Camus en su contra. Había allí un respeto mutuo ganado y bien ganado. Insolentarse no es lo mismo que indignarse o cabrearse. Aquí (y acullá) sobran demagogos gritones. Suelo desconfiar de aquellos que se erigen en representantes de los «humillados y ofendidos» (por ejemplo, los «representantes» de personas sujetas a desahucios a causa de las hipotecas, representantes que no han suscrito una hipoteca jamás). En cuanto a los más gritones, ahí tenemos a Beppe Grillo, que ha hecho como «los teros, que en un lao pegan los gritos y en otro ponen los huevos». ¿Qué huevos? Los que ha puesto el tal Grillo para que Berlusconi siga en el machito.

–Llegó a darle las «buenas noches» a Marlene Dietrich. Si ella le hubiera dado palique, ¿cómo podría haber acabado el asunto?

–Lo que narro de la señora Dietrich es rigurosamente cierto. Si ella hubiera iniciado una conversación yo la hubiera seguido con gusto, pero nunca me habría atrevido a comenzarla yo. A las diosas no se les habla, se las adora.

–Sartre viajó a la tumba de Chateaubriand para orinar sobre ella. ¿Atinada performance?

–Sartre hizo muchas gilipolleces en su vida. Ésta fue una más. Chateaubriand le da a Sartre mil vueltas como escritor, como hombre y como amante.

–Para hacer política, ¿es necesario estar leído? La ignorancia, hoy en día, tiene prestigio en los aparatos: es la forma de actuar sin complejos.

–Leer no le ha hecho mal a nadie, ni siquiera a Don Quijote. La falta de sustancia es lo que hace hablar con lengua de madera a muchos políticos.

–Habla de los intelectuales franceses durante la ocupación alemana y de «cómo siguió la fiesta». Otros se rebelaron y otros eran atentistas. ¿Cree en eso de que los ingenieros y los obreros de la Renault, que se aclimataron a las circuntancias, estaban menos obligados moralmente que los intelectuales?

–El compromiso cívico no debe ser sólo de intelectuales. Cuando los nazis entraron en París, los obreros de la Renault estaban dominados por los comunistas y éstos pensaban que la guerra no iba con ellos (Stalin y Hitler acababan de firmar un pacto de no agresión), pero cuando Hitler invadió la URSS los comunistas se convirtieron, de repente, en «resistentes». Por cierto, el dueño de la Renault era pro nazi y su joven esposa era amante de Pierre Drieu la Rochelle.