Sevilla

La agonía de los vertederos

La economía circular está inspirada en el funcionamiento de la naturaleza. Un funcionamiento en el que no hay residuos

El nuevo consumidor quiere seguir siéndolo con la sensación de no ser lesivo con el medio ambiente
El nuevo consumidor quiere seguir siéndolo con la sensación de no ser lesivo con el medio ambientelarazon

La organización industrial del siglo XX y de lo que va de XXI se basó en la organización científica del trabajo en el lado de la oferta y en el consumo de masas por el lado de la demanda. El primer fenómeno recibió el nombre de fordismo en honor a las cadenas de montaje de coches en las fábricas propiedad de Henry Ford o de Estajanovismo en las economías de planificación comunistas. También se manifestó en el fenómeno de la moda del «prêt a porter» que puso la alta costura al alcance del bolsillo de una clase media emergente. Pero sin la necesaria instalación de dos «ismos» en la sociedad occidental el modelo de producción de masas no hubiera hecho más que producir masivamente para almacenar productos no vendidos. Se necesitaba instalar una cultura basada en el hedonismo (primer ismo) en el mundo occidental; un imaginario colectivo que asociase el placer al consumo. La sociedad de postguerra estaba dispuesta psicológicamente a recibir ese mensaje después de soportar en dos décadas y media la gran depresión económica y dos guerras mundiales.

El consumismo (segundo ismo) fue el guante social en el que se enguataron las grandes cadenas de producción cuyos propietarios laboraron eficazmente para conseguir la mundialización de las modas hasta conseguir que anudáramos la felicidad juvenil a vestir unos tejanos, beber Coca Cola, adquirir un aparato de televisión o comprar un coche utilitario.

En el trasunto del modelo masivo de producción y consumo estaba la abundancia de recursos productivos y energéticos. El problema del cambio climático no había debutado, la angustia de la presión demográfica malthusiana estaba desautorizada y hasta la guerra del Yom Kippur en 1973, nadie reparó en que habíamos construido un mundo feliz sobre el espejismo de creer que los recursos eran baratos e inagotables.

Desde las dos crisis del petróleo Occidente supo que la economía anclada en un modelo energético basado en los derivados del petróleo estaba seriamente cuestionado. Malthus aparecía ahora no como alarma que avisaba de la escasez alimentaria consecuencia de la presión demográfica sino como un pastor cristiano y protestante (Malthus lo era) enarbolando los informes del Club de Roma sobre el agotamiento de los recursos hasta entonces poco oídos.

Pero no ha sido la presión por el agotamiento de los recursos la que está provocando un importante cambio en la organización industrial y la actividad económica. Más ha pesado la reacción social ante el cambio climático que no entró en la agenda política hasta 1997 con la firma del Protocolo de Kioto.

La respuesta al cambio climático es poliédrica. Incluye políticas de mitigación de emisiones de gases de efecto invernadero basadas en el reemplazo de los recursos energéticos de origen fósil por otros renovables pero también un cambio en las relaciones económicas que descansa en el paradigma de la economía circular. Es posible que usted no lo sepa pero el cemento de su próxima vivienda o los primeros muebles que se compre su hijo cuando se independice serán –al menos en parte– resultado de la economía circular.

La economía circular está inspirada en el funcionamiento de la naturaleza. Un funcionamiento en el que no hay residuos. La economía circular busca acabar –por ejemplo- con la necesidad de disponer de vertederos. Tiene muy diversas manifestaciones pero espigaré sólo dos basadas en sendas realidades que nos resultan muy próximas.

La primera es la valorización de residuos o usos de éstos para la fabricación de cemento (o su producto intermedio, clínker) por la industria cementera andaluza. Las empresas que integran esta industria ya utilizan en cantidades relevantes espuma azucarera, cenizas de pirita o estériles de minería en sustitución de la caliza, las margas o las arcillas para la fabricación de crudo de cemento. También utilizan neumáticos usados o serrín impregnado como combustibles alternativos al coque del petróleo. El segundo ejemplo es el programa de economía circular de IKEA que recompra los muebles de su propia fabricación una vez utilizados para revenderlos al mismo coste a parte de sus clientes.

La economía circular, al menos en la versión de productos de segunda mano, se ajusta a la economía «low cost» que ya impera. Se ajusta tanto como el consumismo al modelo de producción de masas. La sociedad quiere seguir consumiendo masivamente pero, tras la crisis última, sus salarios son limitados. Es aquí donde la economía circular se convierte en economía colaborativa y gracias a la digitalización de la economía es posible sacar partido de los recursos infrautilizados. Así alquilamos viviendas particulares a través de Airbnb, coches particulares con Drivy, plazas vacantes en viajes por carretera con BlaBlaCar o servicios de paquetería con Amazon on my Way que usa los espacios libres de la gran operadora de distribución.

La sociedad del siglo XXI sigue anudando la felicidad al consumo. Sin duda muchos de los productos que determinan nuestro confort seguirán produciéndose de manera masiva. Lo que se ha abierto paso es un nuevo tipo de consumidor que quiere seguir siéndolo intensamente pero con un presupuesto reducido. Quiere seguir viajando pero lo hace al margen de los circuitos turísticos convencionales. Quiere seguir oyendo música pero jamás comprará un disco. Y todo ello quiere hacerlo con la sensación de ser un consumidor no lesivo con el medio ambiente.