Barcelona

La buena educación

«No era Ada Colau la que pretendía agraviar al Rey de España, de alguna manera quería que fuese Barcelona»

La Razón
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La buena educación da salidas para casi todo en la vida; al igual que la mala, la inexistente educación, salpica de lodo casi todos los actos de la existencia, hasta los más nimios. Si además se ejerce el despropósito de falta de educación teniendo un cargo oficial, que obliga a seguir un protocolo de Estado, que se aplica en todos los países del mundo... Precisamente, se hace más severo en los pueblos que se gobiernan por regímenes dictatoriales de izquierda. ¿Se figuran faltar al protocolo establecido en Corea del Norte, o en Cuba, qué decir de China, incluso en la Venezuela bolivariana, en la democracia aguada del presidente Putin? Ya saben, cárcel; incluso desapariciones que nunca se aclaran. La alcaldesa de Barcelona se sentirá una heroína por no haber recibido a la primera autoridad de España a su llegada a la cena oficial del importante congreso tecnológico que se inauguraba en la ciudad donde es alcaldesa, habría que recordarle, de todos los barceloneses. Añadir que además no tiene ni la fuerza de serlo porque ganara por mayoría absoluta. Está en el cargo por una amalgama de apoyos directos e indirectos entre los que se encuentran grupos constitucionalistas. Por eso, no era Ada Colau la que pretendía agraviar al Rey de España, de alguna manera quería que fuese Barcelona. Por cierto, recordarle que Don Felipe es el conde de Barcelona. No resisto la tentación de reproducir los encendidos elogios que en su columna le dedica Salvador Sostres a la señora Colau: «Ha sido la más funesta, siniestra, hortera indocumentada alcaldesa que ha tenido mi ciudad». Bueno, mal que le pese, también representa al que le dedica tan bellos piropos. Borremos lo de piropos, que podemos caer en un ataque antifeminista. Fíjese en la lección real, que seguramente no aprenderá: el Rey de España en su discurso sí nombró a las autoridades presentes, porque sabe muy bien cuál es su obligación, que como aprendió de su bisabuelo Alfonso XIII, los desaires, caceroladas y otras fanfarrias las aceptan los monarcas porque van incluidas en el sueldo.