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La economía de «los bolos»

La economía de «los bolos»
La economía de «los bolos»larazon

El catedrático de Economía de la Universidad de Princeton y ex presidente del Consejo de Asesores Económicos durante parte del mandato del presidente Obama, Alan B. Krueger, visitaba en estos días la Facultad de Económicas de la Universidad de Sevilla acompañado, entre otras autoridades, por el consejero de Economía y Conocimiento del Gobierno regional, Antonio Ramírez de Arellano, a la par ex rector de la universidad que lo invitaba.

Con un auditorio en el que se colgó el cartel de «no hay billetes», a la salida algunos alumnos se preguntaban si la Universidad de Sevilla hubiese abierto sus puertas igualmente a un representante de rango similar de la Administración Trump. La pregunta de los alumnos venía a colación del reciente «asalto» que se produjo en la Facultad de Derecho, impidiendo la celebración de una mesa redonda sobre la denominada ideología de género. En esta ocasión, subrayaban algunos estudiantes, no se desplegaron las notables medidas de seguridad que estaban presentes en el acto del académico estadounidense.

Al margen de futuribles, lo que el ex asesor de Obama subrayó fue su convicción en el cambio en la naturaleza de las relaciones laborales hacia lo que él mismo gustaba denominar la «gig economy». Esteban Hernández traduce el término como «economía de los pequeños encargos» o «economía de los bolos», en referencia a una situación laboral en la que nos contratan puntualmente para trabajos esporádicos en los que aportaremos todo lo necesario para la actividad. Un trabajo tipo «freelance» en el que, cuando te llaman para realizar un servicio, pones tu conocimiento, tu mano de obra y los medios precisos, cobras, das un porcentaje a la empresa mediadora y te vas a esperar el siguiente «bolo». El artículo de Hernández en El Confidencial es sumamente ilustrativo.

El ejemplo que utilizó Krueger para ilustrar cómo adivinaba el futuro de buena parte de las relaciones laborales fue el caso de Uber, la empresa internacional que proporciona a sus clientes una red de transporte privado, a través de su software de aplicación móvil o «app», que conecta los pasajeros con los conductores de vehículos registrados en su servicio, los cuales ofrecen un servicio de transporte a particulares. El número de usuarios de Uber se dobla cada seis meses en Estados Unidos.

Como ya ocurrió con los productos de ingeniería financiera antes de la crisis de 2008, las telecomunicaciones siguen provocando unos cambios tan vertiginosos que están sentando las bases de unas relaciones económicas diferentes. En palabras del sociólogo y economista Jeremy Rifkin, se está originando una «economía colaborativa». Como ven, no hay consenso en el término a utilizar para referirse a este tipo nuevo de «trabajos» pero su importancia es incontestable en economías como la norteamericana y las de muchos países asiáticos. No parece ocurrir lo mismo –al menos de momento– en Europa.

A diferencia de las profecías vaporosas habituales y abonadas a pronosticar el fin del sistema económico que impera en occidente, Rifkin nos invita a mirar a nuestro alrededor para identificar cambios de calado en las relaciones económicas cotidianas. También lo hace Krueger, cuando se dirige a un auditorio acostumbrado al uso del coche oficial y les confiesa que usa Uber habitualmente; una persona que ha ocupado un puesto muy elevado en la Administración norteamericana.

Se imponga el término de «economía colaborativa» o el de «gig economy», no debemos perder de vista que actividades de este tipo han existido siempre (compartir coche, prestarse libros, heredar ropa...), la diferencia es que las telecomunicaciones las pueden hacer masivas al poner en contacto a millones de personas en tiempo real y con un sistema de transporte (logística) rápido y barato. Necesariamente barato porque sus usuarios forman parte de una generación que ya asume que sus salarios serán más bajos que los de sus padres.

Como otras veces hemos tenido oportunidad de recordar, fue Keynes quien dijo que tarde o temprano son las ideas y no los intereses creados los que determinan el futuro. Sin duda el economista británico fue también un ejemplo de entender la universidad como un espacio de debate de todas las ideas respetuosas con la libertad y dignidad humanas.