Lucas Haurie
La legitimidad de los herederos
Tres años han transcurrido desde la muerte de la Duquesa de Alba, la que lo es por antonomasia para varias generaciones, y es tiempo suficiente para certificar que las sospechas de venalidad que se cernieron sobre Alfonso Díez, su viudo, eran injustificadas. De toda la larga lista de deudos, el funcionario es quien menos ruido ha generado en torno a la figura gigantesca de Cayetana Fitz-James Stuart, estos días profusa y merecidamente homenajeada. Casi nunca aciertan los malpensados, contradiciendo el refrán, porque atender a una persona en los últimos años de su vida es una enorme prueba de amor, mayor que la consanguinidad que esgrimen los desconfiados como otorgadora de todos los derechos, cuando no es más que una casualidad del destino. Viene el comentario a colación porque, diez días después de su fallecimiento, algunos parientes de Chiquito de la Calzada se han rebelado contra la voluntad última del ciudadano Gregorio Fernández, que legó todos sus (abundantes) bienes a una heredera universal. Su sobrina Loli, la beneficiaria, ha dedicado el último decenio a cuidar al artista: primero de su mitad más importante, su fallecida esposa, y luego de los andrajos anímicos de su tío. Le dio todo, porque en la vida el tiempo lo es todo, a cambio de nada, pues nada recibió jamás excepto el cariño y el agradecimiento de la pareja. Si, llegado el momento de repartir la herencia, esa persona se encuentra con una pingüe compensación, ¿quién tiene derecho a negársela? No, desde luego, una parentela que sólo aparece a la hora de ajustar cuentas... siempre que el saldo la favorezca. Corrige Manolito, el embrutecido hijo de tendero gallego amigo de Mafalda, a dos hombres que comentan el reparto de una herencia: «Las herencias no se reparten: se descuartizan».
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