Andalucía

Lady Macbeth y los techos ilegales

Imagen de vivienda ilegal / Foto: EFE
Imagen de vivienda ilegal / Foto: EFElarazon

La tragedia sucedió en Almería. En un pequeño caserío. En el marco de un triángulo de pasión entre dos adultos y un niño. La mente humana tiene recovecos, que ni las brujas de Macbeth podrían adivinar. La infancia infame, la familia quebrada, el azar y la necesidad, cuecen los resentimientos. Cabezas con caldos de cultivo que invitan a que la sangre pida venganza. Tal desquite fija a la víctima que más cerca esté y dificulte sus metas. El origen de esta tragedia local se instaló en el pasado, tal vez en aquellos cuartos pagados en la gélida prostitución de Burgos o en las Antillas de su juventud. Se apoya en una sicopatía del engaño, del disfraz de sentimientos, de la ocultación de sí misma. Desarrolla la fría frialdad del cálculo, del pulso con el tiempo que cree transcurre a su favor. En su insaciable búsqueda de abrigo para su alma, no permitió que un niño se interpusiera en su objetivo. Amante de un hombre divorciado, cuya mujer vive allí cerca, intima con el hijo de su novio. Ganado su amante y su hijo asegurará, por fin, su futuro. No sabía aún, que desde hace mucho ya no tiene porvenir. La tragedia se nutre en ese pueblo, donde se cruzan los destinos. Los viejos griegos ya mascaron las tragedias humanas, que son eternas y universales. Lo de menos es el pueblo donde se producen. Verona, la de los amantes; Elsinor, el de Hamlet y su fantasma; Escocia, la de Macbeth y su esposa. Lo que importa es el nacimiento de la tragedia y sus consecuencias. Aquí cayó sobre un inocente esa venganza contra el mundo. En Almería, le tocó a un niño, ajeno a los intrincados recovecos mentales de esta pequeña Lady Macbeth, que empuñó el hacha con saña y sin miramientos. La sociedad la ha condenado. Al mismo tiempo, por esta ancha tierra andaluza, las casas crecen como hongos por el campo. Sobre 327.000 sin permiso de construcción se han levantado en las ocho provincias. La nueva Junta de Andalucía quiere poner orden. Protegidas por una legislación laxa, los atribuidos dueños claman por que las legalicen, son pena de perderlas. La anterior administración nunca cogió a ese toro por los cuernos. La burocracia, tan eficiente para otros pozos, dejó hacer que los montes se cubrieran de techos. Ahora, los nuevos, quieren legalizar todo lo que se pueda. Se enfrentan a derogar antiguas normas e implantar nuevas. La burocracia española, un necesario invento que se fija en el siglo XVI, puede ser tan ineficaz como sea su torcida aplicación. En este caso, los Ayuntamientos, cercanos a esas casas ilegales, tienen mucho de responsabilidad. El gobierno regional tendrá que trabajar con ellos para que el orden se restablezca. Las inspecciones para levantar un censo exacto de sanciones y legalizaciones van a comenzar pronto. Está por verse cómo se repartirán los gastos de dotar a las viviendas, que queden en pie, de los servicios legales indispensables: Agua, electricidad, saneamiento. El exceso de trámites y las connivencia de los Consistorios, hermanos políticos, ha tenido mucho que ver en este dejar hacer, dejar pasar. El tiempo siempre transcurre a favor del olvido, como diría Borges, Jorge Luis.