Andalucía
Las elecciones, los ánimos y el alimento
Las elecciones andaluzas se disputan en buena medida en Málaga, Sevilla y Cádiz. Son las tres provincias más pobladas, las circunscripciones con más que contar, y en donde los sondeos pronostican una batalla más rijosa en el baile por el escaño. Las cuentas y las cábalas no desentonan del estado de ánimo: hay nervios de víspera de batalla grande. Después del 2 de diciembre todo va a seguir siendo igual. El PSOE sumará más escaños que ninguno. El PP bajará. Ciudadanos subirá y la izquierda de Adelante se quedará más o menos igual. ¿Y al día siguiente?
«Conmigo que no cuenten», dice Román, «yo descanso los lunes». Román es camarero en Jerez, lee el periódico a diario, desconfía de la gente musculosa, dice, y le interesa la política lo que al electorado medio. «Votar, sí, pero no lo tengo claro». Román, de 55 años, los ha visto pasar a todos por Jerez. Las elecciones del 2D son «las enésimas». Pero pocas veces había sido testigo de tanto alboroto. Jerez ha sido una de las ciudades más visitadas en los últimos meses por los políticos.
Hoy ha estado en Jerez Juanma Moreno. El presidente andaluz del PP, candidato por Málaga y que también lo es a presidente, ideó ayer dos vicepresidencias latifundistas y hoy ha venido a desayunar y a hacerse fotos en el Tendido 6, un restorán de fusión. Cerca de aquí vive Mirian, una profesora sevillana de Lengua que va de camino a la estación de autobuses. En Sevilla, dice, la campaña se «nota tanto como aquí». Si en la calle Sierpes Moreno se tomó un café, en Jerez se toma dos tazas y se come una tostada. «Por lo que percibo, la comida está muy presente en la campaña». De McDonald’s a cafeterías tradicionales, de la modernidad al cuchareo, de la explotación ganadera a la plaza de abastos, de viandas vive la campaña.
De Jerez es Inés Arrimadas. La parlamentaria en Barcelona ha viajado a su ciudad natal varias veces desde los tiempos de la precampaña. Entonces era todavía verano. Arrimadas y la cuestión catalana, España, ha sido titular habitual en la campaña. «Imagino que además de ser un problema en todo el país, supongo que Ciudadanos querrá aprovecharse del carisma de Arrimadas», dice Mirian, a quien, según reconoce, tampoco le parece que haya nada particularmente relevante que se esté diciendo o haciendo.
En Sevilla no piensan lo mismo. La noche anterior, el mitin del PSOE en San Juan de Aznalfarache debió ser suspendido. Hubo manifestación, violencia y hubo boicot, interpretó la organización socialista. Un centenar de taxistas, según un militante del partido presente, se plantó en la puerta a gritar, insultar y hacer ruido. «Tampoco era para tanto», confía Rafael, un taxista sevillano que, advierte, no estuvo allí ni sabe quiénes lo hicieron. «Sólo hay que ver las fotos o los vídeos, no era para tener que interrumpir un mitin. Distinto es que a Susana Díaz le conviniera».
La guerra del taxi está presente en Málaga o Sevilla, dos de las circunscripciones importantes. La aparición de empresas nacidas al socaire de las nuevas tecnologías provoca un reparto más reñido de un pastel que ha sido, de continuo, inflado. Es lo que viene a contar Rafael desde la parada de taxis de la calle Imagen, a un cuarto de hora caminando de la Giralda. «Y hay foros de taxistas que han decidido unirse al partido político de la izquierda radical», explica este autónomo que cuenta «trienios de cotizantes para secar el río».
El grupo Adelante Andalucía, una coalición protagonizada por las nuevas izquierdas de Podemos y las izquierdas tradicionales de IU, se ha posicionado en favor del pequeño empresario del taxi frente a las empresas transnacionales de las VTC, el pobre contra el rico, los de arriba contra los de abajo y esa cansina retahíla de dialécticas. Es la recreación de la lucha de clases que efectúa la revisión moderna del comunismo. La apropiación del taxi por parte de Podemos contiene más simbología que realidad, más mito que logos. Lo propio de los tiempos.
Cádiz, Málaga y Sevilla son las circunscripciones con los mayores municipios. Mirian cree que todos que todos «perdemos» con la agitación, dice mientras espera el autobús que la deje en el Prado de San Sebastián. «Quizá sea que soy demasiado ingenua», añade esta profesora de 31 años. Antes de subirse al autobús, se enciende un cigarro y termina la frase. La semana que viene, el día de las elecciones, se va con el novio de viaje a comer migas a Montellano. Y no sabe si votará, dice.
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