Literatura
Libros de papel
En una revista cultural se hace una entrevista a distintos autores. Una de las preguntas es qué formato usa para leer: ¿digital o el tradicional papel? La respuesta es en papel. Algunos usan el medio digital en los viajes (tiene toda la lógica), pero un autor ve un libro bien editado en un escaparate y está viendo una especie de hijo, unos sentimientos, una historia que le ha costado meses, incluso años, parir. Esa visión no la tiene lo digital. Yo también soy del papel. Los libros en ese formato tienen vida propia, olores... Por más que he intentado leer, sobre todo en viajes, a través de la tablet, me ha sido imposible la concentración. Algún libro he desechado pensando que me era inabordable. Más tarde, al llegarme en su formato natural resulta que me ha gustado. Hay cosas en que la edad cuenta, por ejemplo en el tiempo que tardas desde que te levantas hasta que sales de casa en un día de trabajo. Aquello que realizabas en treinta minutos, ahora no lo haces por menos de ochenta. En este caso prefiero este nuevo tiempo, porque disfruto con el desayuno, el aseo, incluso escogiendo la ropa del día. En el caso de los libros también hay cambios. Había un tiempo en que me leía todo lo que caía en las manos aunque me costara sangre, sudor y sobre todo mucho aburrimiento. Ahora si en la página veinte no he entrado en la historia... En cuanto a la lectura de las últimas semanas, he disfrutado con «La Roldana», de Pilar de Aristegui. Es un libro que recibí hace años y que quedó como desaparecido entre otros muchos. En una reciente visita a la Señora, a la Esperanza Macarena, se me vino a la memoria aquello que tantos han afirmado, que la Señora que amamos quiso Dios que fuese otra mujer la que realizara su imagen. Volví a casa y revolví entre libros hasta que encontré «La Roldana», historia grande, con ramalazos de ficción que la hacen muy atractiva. De vez en cuando, rescato un antiguo libro, que recuerdo con interés. En esta ocasión fue «Las amistades particulares», del francés Roger Peyrefitte, siempre un tanto maldito y añadamos que sus novelas en los años 60 había que conseguirlas en ciertas librerías que traían desde Argentina novelas prohibidas. En el caso de este autor, no por problemas políticos, más bien de índole moral (la de la época). Decidí que después de la bella pero desoladora novela del francés era el momento para volver al best-seller, que por cierto, al contrario que otros, yo adoro. Así que cargué con «Yo, Julia», digo bien, un libro que pesa lo suyo, y como no leas apoyado sobre una mesa, terminas con los brazos como si lo hubieses sometido a una fuerte sesión de pesas. Santiago Posteguillo es un maestro en este tipo de literatura, realiza un trabajo de documentación exhaustivo que te hace vivir las distintas situaciones con una riqueza de detalles única. En los días de lluvia que tenemos, nada mejor que quedarse en casa y sumergirse en un mar de libros. Enseguida volverá el sol, para tomar de nuevo calles y avenidas.
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