Sociedad

Loa (necesaria y tardía) al gazpacho

La Razón
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Son varios los veranos que este escribiente sinsorgo les lleva amenizando (¡¡amenazando!!) sin que todavía haya compuesto su elogio al gazpacho, una receta milagrosa sin la que sería imposible sobrevivir a la canícula. Era de obligado cumplimiento. Sopa fría de tomate, el gazpacho es indistintamente crema para constituirse en plato fuerte, generoso migado mediante, o elixir refrescante si se sirve en vaso para ingerir «bebío». En un almuerzo, se puede tomar en cualquier momento: aperitivo, consomé o alimento de resistencia, como hacían en el campo los gañanes, medio bollo en la mano y gracias a la comunión ancestral del «cucharón y paso atrás». Esta costumbre agraria, en invierno se viraba hacia el cocido, fue rememorada por un célebre nutricionista cordobés, Antonio Escribano, que alcanzó gran notoriedad entre milenios por su trabajo con la nutrición de los deportistas de élite. El doctor logró consideración de gurú por dispensar a los jugadores, en el intermedio de los partidos, una papilla reconstituyente de propiedades taumatúrgicas que, según reveló, no era más que un zumo multivitamínico de fruta y verdura. Los medios nacionales reclamaban artículos sobre él que, harto de esa popularidad sobrevenida, bajó el suflé con unas declaraciones a este periodista: «¿Batido mágico? ¡Pero si eso lleva haciéndose siglos en el medio rural andaluz! Cuando llega el calor, a la hora del almuerzo se para media hora para tomar un tazón de gazpacho y poder seguir trabajando. Es justo lo que hacen los futbolistas de mis equipos, aunque cambiamos algunos ingredientes y prescindimos del ajo, claro, por aquello de la pesadez de estómago». Lo venden embotellado y, al fin, buenísimo.