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Los padres de la «Gauche Divine» o la Barcelona desperezada

Sergio Vila-Sanjuán narra los felices años del desarrollismo catalán en «Estaba en el aire»

La Razón
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Barcelona, finales de los cincuenta, la ciudad se deshace poco a poco del manto gris de los años duros del primer franquismo y galopa a lomos del «desarrollismo» con cierta candidez.

Barcelona, finales de los cincuenta, la ciudad se deshace poco a poco del manto gris de los años duros del primer franquismo y galopa a lomos del «desarrollismo» con cierta candidez. Cambia el paisaje y el paisanaje de la ciudad condal, a medida que las calles se llenan de «seiscientos» y las ondas de programas radiofónicos protagonizados por voces cantarinas y pizpiretas, que alegran la dura vida real de los barceloneses. Éste es el telón de fondo de «Estaba en el aire» (Destino), la novela con la que Sergio Vila-Sanjuán ha ganado el Premio Nadal 2013. Un retablo de las maravillas de una generación que quiso comenzar a disfrutar de la vida antes de entrar en Bocaccio. «Es una novela que quiere ser una panorámica del momento y en torno a un programa radiofónico se entrecruzan las vidas de los personajes», comenta el autor, que ayer estuvo en Sevilla presentándola. Una ciudad que es reflejo de un país que está entrando en la fase de prosperidad en la que aparecen nuevas perversiones propias del bienestar.

Una nueva vida en la que aparecen los patrones propios de la sociedad de consumo, las rubias extranjeras en la playa, los descapotables y la imitación de la alta burguesía catalana, que quiere hacer de su mundo una suerte de Vía Veneto. Aquello cambió a costa de dejar de lado a una «sociedad más ingenua, más cálida desde el punto de vista humano. Es cierto que había una sociedad de censura, dictatorial, que aspiraba a ser moderna y a vivir bien». Es el momento clave, donde se sentaron las bases del bienestar que ahora se derrumba y que permitió a los españoles vivir en una arcadia a lo largo de un arco de cincuenta años sin pensar demasiado en que todo se podría derrumbar. «Ahora hemos vuelto a mirar por el dinero, a guardar la ropa de nuestros hijos, a mirar si podemos llegar a fin de mes. Ha habido un ciclo en el que parecía que España era un país muy próspero y en el que todo estaba muy consolidado. Ahora vemos que todo aquello tenía unas bases de barro». Industriales, profesionales de éxito pero preñados de los tonos grises que aún mandaban entonces. En «Estaba en el aire», entre otras cosas, se habla del mundo del trabajo, «que ha sido un tema muy poco tratado en la literatura española. Lo abordo por dos vías, ya que por un lado cuento un poco la historia de una empresa que es un gran conglomerado industrial y luego la de la SEAT. Era la firma emblemática del régimen, la que contaba con las mejores maquinarias, la más moderna, pero a la vez un sitio muy controlado, donde a la gente no se le dejaba hablar entre sí para que no emergiera el sindicalismo. Me interesaba hacer este dibujo del mundo laboral y de las empresas de entonces».

Un fresco que estaba por pintar, aunque a lo mejor ahora lo más adecuado es contar una historia de espías en el lado guapo de Barcelona. «Creo que eso habría que hacerlo dentro de treinta años, porque aunque el tema sea ahora muy apetitoso, yo conozco varios de los escenarios en los que se están desarrollando los acontecimientos, para tocar el tema de los espías tienes que hacerlo con mucha distancia porque eso te permite una visión más clara. Para hacerlo bien, tienes que tener una perspectiva de años, lo que te permite verlo de una manera agridulce. Creo que con esto de los espías, o te sale una tragedia o una farsa valleinclanesca. A mi me gusta más una narrativa más compensada en los tonos y mas melodramática ¿Entiende?».

De fondo está siempre la radio, de las canciones de copla a los primeros grupos pop que se yuxtaponen a programas como «Rinomicine le busca», que da pie a la historia. Niños perdidos que se reencuentran con sus padres, hermanos separados al nacer encontrados por un lunar o una marca infantil en la espalda cuando vislumbran los cuarenta años. Dramas de andar por casa desde el altavoz. «La radio es muy potente porque tiene dos cosas que son maravillosas. Por un lado, la inmediatez cálida, que no tiene internet porque es frío. En la radio hay una voz humana que está detrás. Por otro lado, está el misterio que la acompaña. Te hablan pero no ves a quién lo hace. Es un medio muy potente que ha sobrevivido a la televisión y a la etapa digital». El escalón previo a la «Gauche Divine» está en sus páginas. Aún no han aparecido los niños bien de la ciudad para escuchar jazz en la «Cova del drac», ni para posar ante el objetivo de Colita. Todo es incluso más «naïf». «Esto es ocho o diez años anterior. Yo hablo más bien de la derecha divina. Un grupo de burgueses, de fabricantes de la sociedad catalana, que vivía muy bien y que ya no era la derecha conservadora y clerical. Gente capitalista a la italiana, que conjugaba un nivel de vida alto y que tenía muchas ganas de pasarlo bien».