Valencia

«Me encanta la palabraazafato»

La profesora María Márquez se enfrenta a las guías feministas y a «los caballeros andantes» de la RAE

María Márquez, autora de «Género gramatical y lenguaje sexista», junto a Juana Santana
María Márquez, autora de «Género gramatical y lenguaje sexista», junto a Juana Santanalarazon

¿Es sexista la lengua o su uso? La investigadora y profesora de la Facultad de Filología y de Comunicación de la Universidad de Sevilla se adentra en el debate en el libro «Género gramatical y discurso sexista», editado bajo el sello de Síntesis.

La editorial solicitó un estudio sobre las referencias a la mujer en los medios, cuando apareció el polémico artículo –suscrito por 26 académicos y que provocó un manifiesto de 500 lingüistas– de Ignacio Bosque. «Por apasionamiento, se me fue la atención a ese tema», relata María Márquez, que presentó la obra en la Casa del Libro de Sevilla, con la colaboración de la profesora Juana Santana. La investigadora aborda el feminismo «intentando estar fuera», al margen de «la postura de las guías y de la RAE». En medio de «un debate radicalizado», con posturas aparentemente «antagónicas» que «han generado su fundamentalismo», la profesora Márquez Guerrero traza una línea en el discurso al margen de «la polarización irracional utilizada como estrategia argumentativa deformando argumentos para llegar a la parodia. De aquellas «miembras», estos lodos. «No todas las guías son iguales», indica la investigadora, diferenciando entre los estudios rigurosos de las universidades de Málaga o Valencia y trabajos «oportunistas» como el de la Junta o la «Guía de Ecofeminismo Medioambiental», «llenas de faltas y errores sintácticos». En ambos casos, «se abandona lo científico y se entra en la política linguistica» y «los factores ideológicos van a crear interferencias en procesos tan espontáneos como la creación de femeninos específicos». «Nadie discute la ambigüedad del masculino genérico, algunos lingüistas asumen su defensa como una cruzada y atacan como caballeros andantes los desafueros de las guías que atentan contra sus sólidos principios», relata la profesora, que añade que «también tenemos las tesis críticas que satanizan el masculino genérico, proponen arrobas, barras, etc.», provocando un «lenguaje farragoso, insoportable». Márquez defiende que «tan importante como el principio de economía» es «que no haya ambigüedad». «Lo más sorprendente –destaca– es que las guías están de acuerdo con Bosque». Tras esta batalla se vislumbra una «cortina de humo», marcada por «los prejuicios». «La dicotomía lengua-habla es económica, no pertenece a la realidad de la lengua. El cambio lingüístico es la generalización de una tradición». Márquez subraya que «la lengua es realidad y si cambia la lengua cambia, como poco, un aspecto de la realidad». «La lengua la modifica el hablante, el uso fija», resalta, «pero no sólo se adapta la lengua al cuerpo; la piel transforma al cuerpo y una piel fuerte, protege». «Sema de la experiencia», cita al profesor Carlos Arias Barredo». Márquez recuerda que «no existía el término señora o infanta» y «no había presidentas». La lista «se incrementa según las mujeres iban emergiendo» e «incorporándose al trabajo remunerado», que no «al trabajo, porque estamos pluriempleadas desde el principio de los tiempos». La investigadora critica la «resistencia de la RAE» con «masculinos regresivos» como azafato. «Los hablantes lo usan naturalmente mejor que auxiliar técnico de vuelo», argumenta. «Una masculinización estéticamente aberrante», según Lázaro Cárreter. «¿Qué le parecía aberrante, el masculino o los hombres haciendo de azafato?», cuestiona Márquez. «Me encanta la palabra azafato, no le veo ningún problema», zanja. «Visibilizar es desvelar lo que está oculto», como decía Heidegger. María Márquez defiende el uso de «feminicidio» para los asesinatos de mujeres, porque, como «regicidio» o «fratricidio», marca un hecho diferencial. «Suena mal lo desconocido y nos da mucho miedo», señala. «No hay que hacer nada, que la lengua fluya, que los hablantes creen la forma que necesiten. Los cambios no son caprichos, son necesidades de los hablantes». Y concluye: «No hay un conflicto de la lengua con la realidad, sino más bien, como decía Coseriu, de la razón consigo misma».