Estados Unidos
Morir un poco
Edmond Haraucourt, un poeta olvidado y olvidable, dejó una obra maestra en su «Rondalla del adiós» porque «partir, c’est mourir un peu». Marcharse es morir un poco porque se deja atrás lo que se ama, se deja un poco uno mismo en todo lugar y a toda hora. «El último verso del poema» se escribe casi siempre en el aeropuerto, ese ecosistema hostil, máxime desde los atentados de otoño de 2001. Entre estructuras vidrio-metálicas y una fauna variopinta como el género humano mismo, el tiempo se detiene para someter al pasajero a un draconiano control de seguridad y dejarle el tiempo justo para que consuma sus últimos centavos en la compra de productos prescindibles. «Al llegar acá, mis primeras impresiones fueron... digitales». Un mítico número de Les Luthiers, «Cartas de color», narra las desventuras de un emigrante africano a los Estados Unidos, donde certifica que «no es verdad que todos los negros sean maltratados en este país. Algunos negros son maltratados... en otros países». La discriminación racial ya no un es problema, bueno es comprobarlo, en el Imperio, donde los malencarados agentes del servicio aduanero dispensan idéntica agresividad a todos los ciudadanos: nacionales o extranjeros, arios o cetrinos, en bermudas o con chilaba, todos somos culpables mientras no se demuestre lo contrario y todos somos acreedores a un manoseo más rotundo que acariciante. La inminencia del fin de las vacaciones, ya de por sí triste, se apesadumbra con la perspectiva de este trance que a la ida no resulta tan molesto por considerarse, tal vez, como parte de la aventura. Con un poco de suerte, todavía quedan un par de «blitz» por Europa Oriental y la tradicional excursión portuguesa. Más el consabido disfrute de la ciudad en agosto, cuando ni un millón de turistas
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