Andalucía
«París nunca me ha decepcionado»
Con su sexta novela, «La parte escondida del iceberg», desvela los demonios infantiles
La autoficción es uno de esos géneros híbridos surgidos al calor de esta extraña postmodernidad en la que se supone que vivimos. Reglas disueltas y límites desbordados por puentes que unen al lector, al escritor y a la propia trama. Quizás por eso, el título de la última obra de Màxim Huerta (Utiel, 1971) sea mucho más que una primera declaración de intenciones desde un lugar común. «La parte escondida del iceberg» (Espasa) utiliza ese juego inicial para predisponer, aunque es cierto que a medida que pasan las páginas es nuestro iceberg el que va saliendo en paralelo, gracias a la catarsis constante creada por Huerta con la postal de París de fondo.
–¿Es saludable abrir los cajones de la memoria?
–Muchas veces, al hacerlo te encuentras sorpresas, recuperas disgustos y sobre todo ves momentos que son tuyos, y la memoria es tuya, con lo cual no es negativo porque forma parte de ti.
–Se lo digo porque mucha gente le pone una coraza al pasado para seguir viviendo.
–Siempre es bueno ventilar las casas, es bueno quitar cosas de en medio, quitar trastos y echar a la hoguera todo lo que no nos gusta. Es una especie de exorcismo, de limpieza.
–¿Y cómo termina uno después de eso?
–No lo sé, respecto a mi novela que lo diga el lector. Yo siempre tengo la mirada puesta en la próxima, bastante ejercicio de transparencia he hecho en ésta.
–Porque es una autoficción. ¿Qué es exactamente eso?
–En un género transparente en el que el autor le habla cara a cara al lector, le habla incluso de cómo se escribe la novela. Lo hace gente como Rosa Montero o Enrique Vila-Matas, así como muchos que buscan la ficción cerca de ti.
–¿Y París?
–Bueno, es una ficción, es una excusa, un lugar que existe incluso sin conocerlo, está en nuestro subconsciente y le exiges que todo te vaya bien allí, incluso ser feliz. Es como parte de una fantasía, pero la ciudad no tiene la culpa de eso. Es una ciudad que está idealizada por un montón de cuestiones y de hechos culturales.
–¿Cuál era más bonito, el que traían sus tías cada verano o el que conoció la primera vez que estuvo allí?
–Supongo que el de mis tías emigrantes era más maravilloso porque era imaginado y la imaginación de los niños es poderosa, grande, gigantesca y nada se construye como entonces. La imaginación de los niños es brutal, afortunadamente, lo que pasa es que París nunca me ha decepcionado.
–Siempre hay un café en el que leer, meditar, observar...
–Es que es una ciudad construida para mirar, para estar por la calle, para disfrutar. Hay miles de personas haciendo lo mismo, se puede estar tomando un café mirando a la calle, aquí ponen las mesas mirando a la fachada, en cambio allí están colocados para observar.
–Hábleme de su infancia...
–Ya la cuento en el libro, no voy a hacer un repaso de todo pero me he dado cuenta que ha sido muy parecida, para bien y para mal, a la de muchos lectores.
–Quizás se ha idealizado demasiado ese periodo de la vida.
–Creo que la infancia hay que cuidarla y mimarla, pero no idealizarla como se ha hecho, y todos mentimos recordando momentos que no son felices.
–De pronto en una casa suena la cerradura, es el padre el que entra y se hace el silencio.
–Creo que ésa es la frase más dura del libro y es la parte escondida del iceberg. No hay más que insinuar un poco el hielo para saber el frío que hay abajo. A veces no hace falta mucho más y con una frase como ésa, que es demoledora y la que más me costó escribir, se entiende todo lo que viene después. No hace falta decírselo al lector porque es mucho más listo de lo que esperamos. Creo que esta novela provoca el deshielo en muchos lectores. No me había pasado nunca, pero en la firma de libros los lectores me hablan en voz baja porque no quieren que se entere de lo que dicen el resto de la fila. Hubo muchas cerraduras que sonaban fuertes, demasiado fuertes en algunas casas.
–En un silencio que no se puede ni explicar, pero que cuentas muy bien en la novela.
–Porque no hace falta más, porque con sólo una palabra se evocan todos los recuerdos que estaban pendientes. Cuando la he vuelto a leer me ha hecho daño esa situación y a mi madre también obviamente.
–«La parte escondida del iceberg» es su sexta novela. ¿En qué ha cambiado como novelista?
–Pues me ha pasado algo parecido a abrir las compuertas a quitar un tapón y que corriera ahora el agua con más ganas y más fuerza. Me ha dado energía aunque al principio me dio miedo, me sentía débil pero lo que ha conseguido es darme confianza. Que las seis novelas estén en España, que se vendan fuera de nuestras fronteras y que llegue a otros lectores me genera confianza y me da ganas de escribir.
–¿Cómo se sale después de escribir una novela tan personal?
–Débil y fortalecido después, pero creo que es también la sensación que tienen los lectores porque es una novela que revuelve pero envuelve. A mí me pasaba lo mismo.
–¿Pasar el periodismo a la literatura es fácil?
–Bueno, es que es lo mismo porque al final se trata de contar historias. Más pequeñas o más pausadas. Los escritores y los periodistas venimos de lo mismo, venimos de la palabra y el 95% de los escritores han sido antes periodista, desde Larra, Hemingway o García Márquez. Todos han sido periodistas, porque la única diferencia es que cuentas una historia sin prisas.
–¿Volverá a París?
–París siempre es un lugar, un espacio que ha influido en tanta gente de la música, del cine, para mí es un refugio pero creo que volverán a pasar años hasta que vuelva allí para escribir.
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