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Rematar el pecado original

El jueves les había prometido terminar el artículo sobre la forma tan arbitraria que tienen algunos de medir ciertos actos, sobre todo si son de algún miembro de la Familia Real. En ese caso, leña, aunque sea retorciendo la verdad. Habíamos dejado el anterior capítulo con el saludo del Rey Juan Carlos al príncipe heredero y máximo dirigente de Arabia Saudí. Conviene recordar que el citado país es el mejor y más poderoso aliado de Occidente en el mundo árabe. Aplicando que Don Juan Carlos, que no ostenta la jefatura del Estado, según miembros de ciertos partidos nunca debería haber saludado al príncipe saudí, por esa regla hubiese sido imposible recibir en visita de Estado al presidente de la poderosa China. Allí no hay democracia, los desaparecidos y los encarcelados por motivos políticos ocupan grandes listas, sin contar que el actual dirigente es el heredero político de Mao Tse-Tung, que provocó hambrunas que costaron la vida de millones de personas. Con su revolución cultural fueron muchos los que padecieron muertes, destierros, cárceles... Pero claro, la extrema izquierda justifica en este caso todas las atrocidades porque estaban hechas para favorecer al pueblo. Volviendo a la visita del presidente chino, cualquier país del mundo desea tener una relación preferente con el gigante asiático, por tanto, conseguir una visita de Estado es un éxito de la diplomacia española, del anterior Gobierno, del actual y del Rey. También resulta curioso que una presentadora de un programa televisivo de tarde diera a entender que se había montado un «numerazo» para recibir a Xi Jinping y hacerle la pelota. No tengo ninguna duda de que la presentadora conoce los protocolos de estos actos y, ya que tanto se dice que la televisión debe informar rigurosamente, en vez de especular haga saber que la diplomacia internacional tiene varios grados en las visitas a terceros países de altos dignatarios: visita de trabajo, visita oficial y la máxima visita de Estado. Esta última es la que el mandatario chino realizaba. El protocolo para esta ceremonia lo ha elevado el actual Rey, toda la parafernalia de una Nación con una gran historia se pone de manifiesto. También se han oído comentarios sobre la diadema que lució la Reina en la cena de gala. La actual soberana ha aprendido de Doña Sofía que las joyas en estas cenas de gala deben estar en proporción al poder del visitante, por ello las grandes tiaras se lucen para grandes mandatarios. Es una forma de recordarles que están en España, una nación que ha sido uno de los grandes imperios universales. Antes de empezar con la demagogia de que una diadema nueva de más de cinco dedos, de brillantes y perlas, habrá costado una fortuna y no están los tiempos para derrochar, les recomiendo que se compren libros que están dedicados a la joyas reales. Entonces, debidamente informados, podrían contar la historia de esta tiara. Esta parte tiene historia y además frivolidad, por eso me encanta. Esta pieza magnífica fue un regalo de boda que recibió la Reina Doña María Cristina, archiduquesa de Austria. Al quedarse viuda de Don Alfonso XII, como regente del Reino la lució muchas veces. A su muerte la heredó su hijo Alfonso XIII, que se la cedió a su esposa, la Reina Victoria Eugenia, que nunca la usó. Las relaciones con su suegra nunca fueron buenas. Cuando Doña María se casó con Don Juan, Alfonso XIII, suegro y tío de la novia, a la que adoraba, se la regaló. Doña María la usó bastante, incluso aparece en un bello cuadro con la diadema. La lució la infanta Pilar en su boda, igualmente hizo su hija Simoneta al casarse. Doña Sofía se la puso en las fastuosas fiestas de Persépolis que montó el Sha de Persia. Desde entonces hasta esta semana la pieza no había vuelto a lucir en los salones. Así que ya saben, no ha hecho falta ni un euro para que una Reina de España deslumbrara con tan importante tiara.