Elecciones andaluzas

Ridículo innecesario

La Razón
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Entre el fin del pontificado de Benedicto XVI y la nueva operación al Rey Juan Carlos ha pasado inadvertido. Y no me refiero a que seamos la segunda comunidad con mayor déficit público sino al ridículo que el pasado veintiocho de febrero protagonizó la clase dirigente andaluza. Porque en este último Día de Andalucía la mayoría silenciosa que tanto molesta a Pastrana prefirió quedarse en su casa y entre todas las izquierdas –la política, la sindical y la de las plataformas– sólo lograron reunir en las calles de Sevilla a unas diez mil personas. No es de extrañar que Juan Ignacio Zoido no se inmutase y que le restase valor a unos sondeos que, por cierto, nunca tienen el valor de pronosticar la participación en las manifestaciones. Se pretendía una Díada andaluza pero en vez de un millón y medio de personas no llegaron a cincuenta mil entre las ocho capitales. Y se buscaba apelar a la calle (como en los regímenes bananeros) para deslegitimar los resultados electorales del último año y medio. De hecho, si no en la Plaza de Oriente, la cabecera de la marcha sí arrancó junto a la antigua Calle Oriente. No obstante muy pocos se dieron por aludidos. Por supuesto, tras el fracaso, nadie se hará responsable. Sin embargo, el daño infligido a la reivindicación autonomista andaluza tal vez sea irreparable. Como herido ha resultado el gobierno de la Junta, al que sus gobernados han dado clamorosamente la espalda, habiendo quedado Griñán a merced de IU, UGT y CC OO, que, si quisieran, pueden dejarlo sin su Pacto por Andalucía y arruinarle una legislatura cada vez más incierta. Cuando a mediodía del jueves la izquierda ya sabía perdida la calle los twitteros progresistas desviaron la atención hacia Antonio Banderas y su gran contribución a la ciencia política «Andalucía es una necesidad». Yo, más humildemente, pregunto: ¿había necesidad de todo esto?