Huelva

Rocío, estímulo y esperanza

Una peregrina en la capilla votiva
Una peregrina en la capilla votivalarazon

El 14 de junio de 1993, San Juan Pablo II cerraba su visita a Huelva en El Rocío. Con la marisma de fondo, el Papa nos alentaba a avanzar en la auténtica devoción a María, modelo de quienes peregrinan en la fe y trabajan por testimoniar los valores cristianos en la sociedad andaluza y española. Casi veinticinco años después, aquel llamamiento sigue teniendo plena actualidad y vigencia.

Los que cada año peregrinan, desde tantos puntos de nuestra geografía, mezclando la incomodidad del camino con la alegría de la fiesta y de la convivencia, con la mirada y el corazón puestos en la casa donde la Madre espera, saben que ésa es la condición del cristiano. Como dice el salmo: acompañados de la bondad y de la misericordia del Señor, caminamos hasta su casa donde viviremos eternamente. Ella fue peregrina de tres maneras: acudiendo solícita en ayuda de su prima Isabel, huyendo como refugiada para salvar la vida de su hijo y siguiendo, como discípula, los pasos de Jesús.

Pero hay muchas formas de caminar en la vida. La del cristiano está inspirada por los valores del Evangelio. El Papa nos recordó el contenido de una vida vivida en cristiano indicando lo que debe estar en lo profundo del corazón y de la fiesta: la fe en Dios, el reconocimiento de Cristo como Hijo de Dios y Salvador de los hombres, el amor y devoción a la Virgen y la fraternidad cristiana que brota de la conciencia de que somos hijos del mismo Padre Celestial.

Por otra parte, no se puede pasar por alto que la romería del Rocío tiene lugar en una de las fiestas más importantes del año cristiano. Pentecostés fue el comienzo de la Iglesia. María, rodeada de los discípulos, recibió de nuevo el Espíritu. Si la primera vez fue para ser Madre del Señor, la segunda lo fue para ser Madre de la Iglesia. Por eso, si toda devoción mariana tiene un profundo sentido eclesial, con más razón la devoción rociera.

La eclesialidad hoy se concreta en la evangelización, tarea ésta en la que todos estamos comprometidos. El Papa Francisco nos lo recuerda cuando dice: «En la piedad popular subyace una fuerza evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo». Las hermandades rocieras, en cualquier lugar en que estén afincadas, deben cultivar el espíritu de la evangelización no sólo de los hermanos, sino también del ambiente en el que estén presentes. En Pentecostés, deben escuchar como dirigidas a ellas las palabras de Señor: «Recibiréis la fuerza del Espíritu... y seréis mis testigos».

Tampoco podemos soslayar la naturaleza festiva de la celebración del Rocío. No es una fiesta de penitencia, sino una fiesta de gloria pues tiene lugar al terminar el tiempo de la Pascua, el tiempo de la resurrección. Esto es algo que marca el carácter de nuestra fiesta. En el discurso antes aludido, San Juan Pablo II nos dijo lo que le había pedido a la Virgen: «Que siga concediéndoos, en la alegría de vuestra forma de ser, la firmeza de la fe y que engendre en vosotros la esperanza cristiana, que se manifiesta en el gozo ante la vida, en la aceptación ante el dolor y en la solidaridad frente a toda forma de egoísmo». Alegría, esperanza, fortaleza y solidaridad. Es todo un programa de vida.

La alegría que brota de la fe es el gran antídoto contra la tristeza en la que muchos viven. Cuando Jesús triunfa de la muerte y se aparece a los suyos la reacción de éstos fue la alegría, una alegría que el mundo no puede ni dar ni quitar. La fiesta, la convivencia fraterna, compartir el camino, disfrutar del encuentro... Son elementos presentes en esta fiesta. Sólo necesitamos tomar conciencia, sobre todo cuando estemos a los pies de la Virgen, de lo que inspira todo eso. La esperanza, por su parte, es lo que sostiene al peregrino cuando llega el cansancio y lo que sostiene en la lucha a los que trabajan por hacer un mundo mejor. La fortaleza de espíritu nos permite permanecer imbatidos cuando llega la adversidad. Y, finalmente, la solidaridad que no es sino la expresión del amor más auténtico y genuino: aquel que se da sin esperar retorno.

*José Vilaplana Blasco es obispo de Huelva