Lucas Haurie
Salvadores del papel
Una congregación de clarisas con su capellán guitarra en ristre entonando «yo tengo un amigo que me ama» deben ser las hordas hunas de Atila al lado de los millares de lectores que, literalmente, arrasan los quioscos en busca del último número de «Trabajo y diálogo social». A tenor de lo que cobran por una inserción publicitaria. El folleto de propaganda interna que edita UGT Andalucía ha llegado a facturar 30.000 euros por un anuncio; con una tarifación a la mitad, las editoras de periódicos mejorarían en un pispás sus depauperadas finanzas y miles de profesionales dejaríamos de estar angustiados por la certidumbre de un despido inminente pero, mala suerte, los vendedores de los diarios carecen de la perspicacia de los asesores de Pastrana & Fernández. Dícese lo cual porque no es concebible que tamaño sablazo al contribuyente no responda a la habilidad negociadora de los sindicalistas, sino a la espuria utilización del dinero que las administraciones (o sea, usted) le conceden para la formación de los desempleados. Extremo impensable, desde luego, ya que la encargada de fiscalizar esas partidas es la Junta, el rigor calvinista de cuyos mecanismos de control es acendrado. A los ERE y a Invercaria nos remitimos: jamás un céntimo se filtró hacia fines ilegítimos entre la honradez pulquérrima, granítica su solidez, de los responsables del gobierno autonómico. Pasmo e insana envidia causa la genialidad del departamento comercial de UGT, la única institución que multiplica en estos tiempos la rentabilidad de una publicación en papel. Los demás, a mamar ruina.
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