Sociedad

Supersticiones variadas

Por mucho que el mundo haya evolucionado en los últimos cien años más que en los diez mil anteriores, todavía no es posible traer a una persona que hubiese fallecido en 1920, devolverla a la vida y enfrentarla con lo que el desarrollo industrial y tecnológico ha avanzado. Y no digamos en el campo médico o social. Es muy posible que, salvo que en la anterior vida hubiese sido un aguerrido aventurero, prefiriera que la devolvieran a su anterior estado antes que asimilar una forma de vida tan distinta. Pero a pesar de ello, este sujeto, como millones de los que ahora pueblan la tierra, estaría unido por una especie de vasallaje a supersticiones o manías atávicas. La del martes y trece es una de las más extendidas, sobre todo el número trece. Sigue habiendo en países de alto desarrollo y gran nivel cultural hoteles donde no existe la planta o la habitación trece. Algo parecido sucede en los aviones y en otras muchas actividades habituales de la vida. Siempre se dice que la violencia, la superstición y el nacionalismo se curan con la cultura. Otros añaden que viajando, conociendo otras culturas. De sobra sabemos los beneficios de ambas recetas, pero hay millones de personas de gran cultura, preparación y muy «viajadas» que no están libres de las ataduras de la superstición. Convivir con ellas se les hace imposible, porque siempre tienen un «supitinu» por cualquier acto que uno considera normal, pero que para ellas pueden desencadenar verdaderas catástrofes. Siempre se puede recurrir al humor y volver a recordar la anécdota de una gran figura del toreo que salía de un restaurante con un grupo de amigos, donde todo el edificio estaba sometido a reformas y por tanto recubierto con un gran andamio. Nada más salir se salió de la acera para no pasar por debajo del andamio -otra vieja superstición- y otro matador que iba en el grupo le dijo: «¿Qué, maestro, un poco de ‘jindama’?». A lo que muy digno contestó: «‘Jindama ninguna, pero lo más blando que te puede caer de arriba de un andamio es un albañil, como para no tener precaución». Por mi parte, amo el número trece, juego a la lotería a dicho número. Todos los jueves, camino de la grabación del programa «Original y copla» paramos en un bar donde el desayuno es magnífico. En el mismo hay una señora que vende cupones. Desde el primer día vi un número terminado en trece y desde entonces me he hecho adicto del jueves y trece, pero en plan positivo. Lo cierto es que en dos temporadas solo me ha tocado alguna vez lo que jugaba, pero esto también lo vuelvo positivo y me animo diciéndome que el número me ata al programa. Por tanto, mientras no me toque «Original y copla» seguirá emitiéndose.