Sevilla
Versiones y perversiones de la cabalgata
Cartero, Heraldo, cabalgata de Reyes, la de los barrios... «¿Querrán hacer una tercer semana festiva: Feria, Semana Santa y Reyes?»
El consabido segundo principio de la termodinámica enuncia la tendencia a la entropía de los sistemas físicos. Que las ciudades y las sociedades lo son queda atestiguado por la mera evidencia: en ellas concurren calores, velocidades, rozamientos, inercias, chispazos, ondas y movimientos gravitatorios, por citar algunos fenómenos cotidianos. No resulta extraño certificar, por tanto, cómo la festividad de los Reyes Magos en Sevilla, una ciudad y una sociedad proclives en grado máximo a la ciencia natural, ha tendido al actual estado de desorden. El caos llegó para quedarse.
Para Sito, un antiguo residente en el centro de Sevilla, el fenomenal bullicio de la fiesta de los Reyes tiene más que ver con la metafísica que con la física. «La exageración la llevamos los andaluces como esencia cósmica», opina sentado en un velador de la plaza de San Andrés, mientras intenta acometer la hazaña de trocear un flamenquín del volumen de una tubería. Junto a esta plazoleta, a apenas treinta pasos, está el Ateneo de Sevilla, que organiza la cabalgata de Reyes desde hace 101 años. En tres horas sale de su sede el Heraldo en caballo.
¿La tercera semana festiva?
«Primero fue el Cartero Real; al día siguiente, el Heraldo; al otro, la cabalgata de los Reyes; y, al final, las otras cabalgatas en los barrios de los otros Reyes. ¿Querrán hacer entre todos una tercera semana festiva: Feria, Semana Santa y Reyes?», se pregunta con no poca malicia Sito, a quien la ocurrencia, pese a su carácter peregrino, le parece «consecuente» con la política municipal. Siendo el turismo el motor de la economía, razona Sito, causaría estupor que la ciudad no siguiera «desangrándose días y días en fiestas de sabor y folklore sevillanos».
No piensan como Sito los comerciantes de esta zona del centro de Sevilla. La sangre tiene poco que ver con la metafísica. Que pregunten a los placeros del mercado de la Encarnación, que están encantados con los días feriados. También los propietarios de los alrededores. Las llamadas coloquialmente «setas», el Metropol Parasol, obra faraónica con la que el exalcalde Alfredo Sánchez Monteisirín pretendió dejar su sello de estadista, son el reclamo turístico de la Sevilla posmoderna. En el razonamiento del comercio hay física –la mecánica de fluidos– y alquimia –la conversión del vil metal en oro-.
En este barrio, justo en el actual eje Norte-Sur y Este-Oeste del casco antiguo sevillano, nació hace un siglo la cabalgata de Reyes Magos, una de los cortejos más antiguos de España. De aquella originaria versión de impulso caritativo han reverdecido «las perversiones de los tiempos, es decir, cuanto más, mejor; grande, ande o no ande», repite en una particular cadencia Miriam, profesora sevillana en Cádiz. Cuenta Miriam que este preciso lugar, justo la esquina donde hubo una vez una juguetería y hoy venden teléfonos inteligentes, «como si eso fuera posible»; ayer, caída la tarde, fue atravesado por una diminuta cabalgata de tambores, cornetas y saltimbanquis disfrazados. «El pan nuestro de cada día», subraya.
«Se rompe la magia»
«El problema es el impacto que causa en los niños. Todo esto trata una materia relacionada con la magia, con el encanto, y nada lo tiene si el acontecimiento se repite cada día», argumenta Miriam, quien ayer mismo, en esta misma esquina, su sobrina de siete años le preguntó si aquello que veían, el simulacro de cabalgata del día anterior, eran
«reyes, pajes, carteros, heraldos, beduinos, príncipes o apóstoles». El cacao, el desorden, dice, es sólo la consecuencia lógica de la «inflamación de la fiesta».
Esta tierra, afirma esta joven profesora de Física y Química, es propicia al salto mortal. Al doble salto con tirabuzón. Por eso, sostiene Miriam, repasando la ciencia de primaria, «pasa del estado sólido al gaseoso sin pasar por el intermedio, el líquido». Y, aunque parezca que este breve tratado se centra en la materia, «en Sevilla somos más de los extremos, de los vaivenes, más de la sublimación y de la transubstanciación», dice refiriéndose a la manoseada alma local.
A esta hora de la tarde, con el Heraldo embocando sobre la montura el Palacio del marqués de la Motilla, la calle es un gentío extraordinario por el número pero ordinario por su vulgaridad. Los niños abren la boca como lo hacen las cajas registradoras. Los mayores la abren como los niños. El ambiente brilla más que el sol último, que acompasa estratégicamente el ambiente festivo en esta parte de la calle Cuna. No es fácil imaginar a esta muchedumbre mañana, hoy para los lectores, con la misma potencia para la gran Cabalgata de Reyes. Pero no hay sevillano sin vatios para el último esfuerzo. Sevilla es pura física.
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