Política

Castilla y León

90 años de alegría y esperanza

Ignacio Aparisi
Ignacio Aparisilarazon

odo aniversario invita a hacer memoria del pasado. El próximo 2 de octubre el Opus Dei cumplirá noventa años. Tal día de 1928, san Josemaría, siendo un sacerdote joven, comprendió por querer divino, que el trabajo es un modo de participar activamente en la obra de la Creación y de acercar las almas a Dios. Esa luz comunica al trabajo un sentido de misión, que ennoblece y da valor a la existencia: «El apóstol ha de empezar a hacer su labor divina en lo que tiene a su lado, sin agotar su celo en fantasías, o en ojalás. Y ése es el consejo que os doy. Llegará el día, en el que podréis poner en práctica vuestros deseos de amor y de apostolado entre gentes de toda la tierra» (san Josemaría, Carta, 16-VII-1933).

Todo trabajo puede ser arte. Siempre hay detalles que, si no se omiten, embellecen la obra, y así es como la espera Dios y la esperan también los hombres y las mujeres de este mundo nuestro. La sociedad siempre estará necesitada de un trabajo bien hecho. Este mundo salió bueno del Creador y lo ha puesto en las manos del hombre para que lo haga aún más capaz de alimentar el bienestar de sus hermanos. Que dé gloria ver el trabajo de nuestras manos, intelectual o manual; y que –ojalá– resulte un reflejo de la sabiduría divina, participada por el hombre mediante la razón y la fe.

En términos históricos, la efeméride es moderna, como moderno es el último Concilio Ecuménico, que ha supuesto un gran movimiento renovador en la Iglesia, y que incluye en sus enseñanzas este ideal de la santificación del trabajo y de las realidades ordinarias y terrenas. En una entrevista en el New York Times, el 7 octubre de 1966, san Josemaría resaltaba que, «leyendo los decretos del Concilio Vaticano II se ve claramente que parte importante de esa renovación ha sido precisamente la revaloración del trabajo ordinario y de la dignidad de la vocación del cristiano que vive y trabaja en el mundo». El Opus Dei, erigido en Prelatura en el año 1982, es una institución todavía joven que camina con la Iglesia y con el mundo, con alegría y con esperanza. El primer sucesor de San Josemaría, el beato Álvaro del Portillo (1975-1994), implantó la Prelatura y desarrolló su extensión por los cinco continentes; y sus posteriores sucesores Javier Echevarría (1994-2016) y el actual Prelado, Fernando Ocáriz, no han dejado de impulsar el espíritu fundacional del Opus Dei.

Este último, subrayaba que «para que la nueva evangelización dé frutos, es decisiva la comunión entre los católicos mismos. Hacer crecer el aprecio mutuo entre los fieles de la Iglesia, y entre las más variadas agrupaciones que puedan existir, es parte de nuestra misión en la gran familia de los hijos e hijas de Dios» (Carta pastoral, 14.2.2017). Por eso es una seña de identidad del espíritu del Opus Dei, mostrar la afinidad y el agradecimiento por tantas iniciativas luminosas de los hermanos en la fe y ponernos a su servicio, porque la caridad debe mantenernos siempre unidos.

Para los miembros y amigos del Opus Dei, este aniversario es un motivo de acción de gracias por los frutos que Dios nos ha concedido, así como ocasión para renovar el propósito de servir a la Iglesia y a la sociedad; haciendo también realidad lo que el papa Francisco pidió al actual prelado: «dar prioridad a una periferia: las clases medias y el mundo profesional e intelectual que se encuentran alejadas de Dios».

Posiblemente no estemos a la altura en determinadas ocasiones; pero eso no ha de sembrar desánimo, ajeno por completo a la hermosura de la entrega, sino que debe llevarnos a pedir perdón humildemente por los errores cometidos, y aspirar –como un anhelo constante- a dar cada uno lo mejor de sí mismo. Con su conducta, a los fieles de la Prelatura se les abren mil y una oportunidades de dar testimonio del espíritu que les impulsa, en especial en el ámbito de la familia, que es la célula básica de la sociedad y el núcleo de amor y entrega que nos protege a todos.

En estos años se han consolidado en los cinco continentes múltiples iniciativas con el deseo de vivificar humana y sobrenaturalmente la sociedad. Nada de lo humano puede permanecer ajeno a un buen católico; por eso, compartir ilusiones y aprender de los demás, crea un ámbito de amistad y de colaboración que permite hacer realidad aquel empeño al que nos invitaba san Juan Pablo II: «elevar el mundo hacia Dios y transformarlo desde dentro».

Para evitar visiones negativas que oculten la profunda belleza de las realidades que nos rodean, san Josemaría nos invitaba a «amar al mundo apasionadamente» y a combatir «la tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas (...) O sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca».

San Josemaría nos enseñó a «servir a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida», y lo concretó en un lema: «Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam» (Todos con Pedro a Jesús por María). Por eso, actualicemos el deseo de estar todos con el Papa, tanto en los momentos de tribulación, como en este tiempo de esperanza que abre el próximo sínodo sobre «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional».