Lenguaje
Sin despedirse
Se fue sin despedirse. La última vez que le vimos no la sentimos más reciente que la primera. Con sus ojos sabía abrir y llenar los nuestros, con su voz descender allí donde nadie hubiera podido llegar con palabras. Junto a él brotaba el silencio como una fuente y nosotros éramos esa fuente. O era él, más bien, quien brotaba en nosotros, entre nosotros, para esta sed nuestra. Hasta que una mañana se fue del todo y para siempre. Luego vino el desierto y, como tempestades de arena, las preguntas: ¿por qué? o, más bien, ¿por qué no? ¿Por qué no se humedecieron sus ojos o se quebró su voz apenas un instante antes de perdernos? Tal vez porque en la vida hay momentos que no deben llegar ni antes ni después sino a su tiempo. Son aquellos cuyas consecuencias duran toda la vida. En España el suicidio es ya la primera causa de muerte violenta. Y, según los expertos, el diez por ciento de los suicidios es impredecible. No decir es otra manera de decir, la del que prefiere decirlo todo de una vez porque es demasiado doloroso. O para que sea más breve y, acaso, más bello. Hablar antes de tiempo sería aumentar el dolor, que vuelve amarga la piel de los mejores recuerdos. Hasta principios de los ochenta los suicidas eran enterrados en los márgenes de los cementerios. Hoy su muerte sigue siendo silenciada, como si hubieran de morir dos veces, entre sus propias manos y bajo nuestros propios miedos. Pero su silencio de vivos sigue hablando en nosotros, después de muertos. ¿Habrá voz que descienda tan hondo como la suya? Nuestras palabras no pueden. Por eso hablamos como quienes las buscan. El desierto es buscar, pero después de haber encontrado y muerto.
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