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Abuelos, una historia de amor

Los escritores han encontrado en su propia historia familiar el gran libro donde descifrar todos sus secretos

Los autores que han buscado en su propia historia familiar algo interesante que contar incluyen Jonathan Safran Foer, Natalia Ginzburg, Lezama Lima, Llucia Ramis o Cristina Fallarás
Los autores que han buscado en su propia historia familiar algo interesante que contar incluyen Jonathan Safran Foer, Natalia Ginzburg, Lezama Lima, Llucia Ramis o Cristina Fallaráslarazon

Los escritores han encontrado en su propia historia familiar el gran libro donde descifrar todos sus secretos.

Seguir el rastro de uno mismo en el pasado puede ser fascinador, pero también es como intentar atrapar fantasmas con una caña de pescar. En el siglo XVIII, en la pequeña localidad de Bucksport, en Nueva Inglaterra, los habitantes, rabiosos cuáqueros temerosos de Dios, solían dejar siempre sus cañas de pescar en el porche de sus casas para atrapar a los malos espíritus. Muchos hoy pensarían en estas buenas gentes como ridículos supersticiosos, y tendrían razón. Aún así, en realidad, no lo son más que buscar el rasgo de uno mismo en los comportamientos de otros en el pasado. Abraham Lincoln lo tenía muy claro, «tienes que buscar tu propio crecimiento sin importante lo alto que era tu abuelo». Claro que Lincoln medía más de uno noventa, nunca conoció a su abuelo, y no les tenía mucha simpatía a los cuáqueros.

Sea o no supersticioso, nadie puede negar lo fascinante que puede llegar a ser la historia familiar. Los primeros que lo saben son los escritores que desde el principio de los tiempos han utilizado los relatos que oían en casa como el modelo donde empezar a saber cómo contar historias. Y la figura del abuelo aquí es la estreella. Víctor Hugo solía decir que «hay padres que no llegan a amar nunca a sus hijos, sin embargo no hay ningún abuelo que no adore a sus nietos». Quizá este amor incondicional es la piedra donde empezar a creer en uno mismo, algo que todos los hombres necesitan, y los escritores más.

Los hay de todos los tipos. El abuelo de Naomi Klein era un dibujante en Walt Disney, un buen dibujante, un gran dibujante, el favorito de Carl Banks para dibujar las expresiones agrias y furiosas del pato Donald, pero lo más importante de todo, era el líder sindical de la compañía. ¡Es culpa de un dibujante del pato Donald que Naomi Klein, la autora de “No logo” sea como es! ¿Sin ese abuelo sería una señora conservadora y neoliberal? Malcom X lo decía mejor: «Mi padre no conocía su verdadero nombre. Mi padre obtuvo su nombre de mi abuelo, que lo obtuvo de mi bisabuelo, que lo obtuvo de su amo esclavista». Es decir, todo lo que somos, en realidad, no es más que lo que queramos ser, porque lo demás es un cuento inventado por otros.

Y, sin embargo, estas historias siguen siendo fascinantes, sean como sean. Hay dos formas de aproximarse a estos relatos. En «Todo está iluminado», Jonathan Safran Foer explicaba su propio viaje a Ukrania al pueblo originario de su madre en busca de sus descendientes y, por relación, sus historias. Es decir, novelas que van a la fuente para saber «la verdad». Por otro lado, en «Léxico familiar», Natalia Ginsburg nos metía en la piel de su casa familiar y el lenguaje propio con el que conocían el mundo, siguiendo el rastro hasta el momento en que ella creaba su propia familia. Aquí, volvíamos a ver al relato, al lenguaje, como única base para ayudarnos a entender el mundo, no a nosotros mismos. Ginzburg no buscaba en el pasado el rastro de «la verdad», sino que estudiaba el lenguaje de ese pasado para poder crear «esa verdad». Safran Foer es un buen escritor, pero Ginsburg es una genia.

Lo que está claro es que siempre hay que celebrar la figura de nuestros abuelos, no como «verdad» nuestra, sino como «verdad» suya. No es importante porque esté relacionado con nosotros, sino porque, como hombre, es ya de por sí revelador. La escritora francesa Valérie Mréjen lo hace en la divertida y fascinante «Mi abuelo», (Periférica). No tan divertida, pero sí lírica era «Paradiso», de Lezama Lima. Y Llucia Ramis nos llevaba a Menorca a conocer a su familia en «Tot allò que una tarda va morí amb les bicicletes» (Grup 62, Libros del Asteroide).

Mi historia, la historia

La última en aproximarse a la idea de rastrear el propio pasado es la escritora y periodista Cristina Fallarás, que acaba de publicar la brillante «Honrarás a tu padre y a tu madre» (Anagrama). Después de años de silencio, la autora descubrió qué le había pasado a su abuelo, por qué no sabía nada de él, y a partir de ahí fue supo que había fallecido fusilado en el frío noviembre de 1936, con 32 años. De aquí nació su obsesión por romper todo el silencio que había marcado su vida, el mismo que sufren tantas familias. «El libro es una necesidad imperiosa de cerrar una herida. Me ha ayudado a entender mi tendencia a la autolesión», comenta. En su caso, sí que consiguió atrapar sus fantasmas.