Literatura

Francia

Cultos y hooligans

Aunque el tópico dicta lo contrario, la lista de escritores e intelectuales que adoran el fútbol es mucho más larga que viceversa, de Walter Scott a Miguel Delibes.

La figura del portero siempre ha sido la más fascinante para los escritores
La figura del portero siempre ha sido la más fascinante para los escritoreslarazon

Aunque el tópico dicta lo contrario, la lista de escritores e intelectuales que adoran el fútbol es mucho más larga que viceversa, de Walter Scott a Miguel Delibes.

No hay pruebas, ni registros, ni testimonios, pero se rumorea que la razón de que Jorge Luis Borges odiase al fútbol es el rencor. En 1932, el escritor estaba cabilando en su pequeño dormitorio, donde solía escribir sus primeros cuentos. Tenía su máquina de escribir sobre una mesa de nogal apoyada en la pared, justo debajo de una ventana. Borges no era un escritor de impulsos, pero aquella mañana la inspiración le pilló trabajando. Estaba frente a su máquina y los dedos le funcionaban solos. «Esto es la bomba», pensaba, pero en argentino, hasta que una enorme pelota de fútbol atravesó y rompió la ventana, rebotó en la pared y fue a darle en la nuca tumbándole la cabeza hacia abajo, destrozando su máquina con la nariz.

Cuando se incorporó, dolorido, no recordaba qué es lo que estaba escribiendo. Tenía un párrafo, pero acababa en dfasfgsfs y no lo entenía. Por supuesto, siguió trabajando y aquellos cuentos que escribió entonces compusieron su «Historia universal de la infamia», un libro que siempre odió por barroco , recargado e insustancial. Siempre le quedó la idea esa de que si no hubiese cabeceado esa pelota, quizá... Odió el fútbol a partir de entonces. «Es una cosa estúpida de ingleses: un deporte estéticamente feo», dijo. Luego añadiría, «El fútbol es popular porque la estupidez es popular».

Borges es la punta de lanza de la razón de que se crea que los escritores e intelectuales odian el fútbol, cuando estadísticamente es todo lo contrario. George Orwell también odiaba el fútbol, claro: «Es como la guerra, pero sin tiros». Y Umberto Eco aseguraba que «Yo no odio el fútbol, odio al hincha. Tiene una extraña característica, no entiende que tú no lo seas e insiste en hablar contigo como si lo fueras». Aquí, Fernando Sánchez Dragó llegó a decir que cuando veía a un tipo leyendo un diario deportivo sabía que era un bobo y pobre hombre. Pero hay más amantes viva el amor.

Javier Marías lo definió muy bien, el fútbol es la «recuperación semanal de la infancia». Por eso los huérfanos prefieren el tenis. Pier Paolo Pasolini, fanático del Bolonia, aseguraba que «el goleador es siempre el mejor poeta del año», porque todos saben que los poetas se miden por años, como los vinos. Si Borges dijo que el fútbol era un deporte feo, once hombre semi desnudos persiguiendo una pelota, el dramaturgo inglés J. B. Priestley afirmó: «Decir que pagaron por ver a 22 mercenarios dar patadas a un balón es como decir que un violín es un trozo de madera con tripa o “Hamlet”, papel y tinta»; lo que ahora se llama un «zasca» en toda regla.

Los escritores ingleses son los más hooligans. Salman Rushdie aseguró que «publicar un libro y que te hagan una adaptación cinematográfica está muy bien, pero que el Tottenham gane 3-2 al Manchester United no tiene precio». Martin Amis (United), Julian Barnes, Roddy Doyle (Chelsea) Nick Hornby (Arsenal), J. K. Rowling (West Ham), todos tienen su equipo. Anthony Burguess fue quién expuso mejor esta dedicación. «Como dice la Biblia, la semana tiene cinco días para trabajar. El domingo es del señor. Y el sábado es para el fútbol».

Los hay que además de ser aficionados, eran buenos jugadores, o si no buenos, al menos dedicados. Arthur Conan Doyle fue un gran mediocre portero del Portsmouth, al igual que Nabokov, en la Universidad de Cambridge o Albert Camus, brillante guardamenta del Racing Universitario de Argel. «Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol», dijo con amargura, porque tuvo que abandonarlo con 17 años por una tuberculosis. Ahhh, si se hubiese retirado a los 36, no hubiese sido existencialista, hubiese sido el Dalai Lama. Todos fueron grandes porteros y dejaron de serlo para ser grandes escritores. ¿Por qué no hay grandes delanteros que hayan sido grandes escritores? Es como el tópico de la rubia tonta, si sabes hacer goles, para qué diablos vas a querer hacer nada más.

En nuestras fronteras, todo el mundo sabe de la dedicación que le otorgaba Miguel Delibes a su Valladolid o Manuel Vázquez Montalbán al Barça. Y Camilo José Cela adoraba a los gallegos, al Celta y el Deportivo. En Alemania, tenemos un hooligan del Friburgo a Gunter Grass. Y en Francia a un Jean Paul Sartre fanático del PSG pre jeques. Desde luego, el fútbol no necesita de intelectuales para legitimar su valor, pero tampoco le hace daño. Walter Scott lo resumió todo a la perfección: «La vida en sí misma no es más que un partido de fútbol». ¡¡¡Gooooool!!!