Festivales de Música

El Sónar concluye con final feliz con Thom Yorke

El líder de Radiohead puso patas arriba el festival, bien acompañado por Nigel Godrichenemociones y visuales impactantes

El líder de Radiohead protagonizó uno de los grandes momentos de esta edición del Sónar/ Efe
El líder de Radiohead protagonizó uno de los grandes momentos de esta edición del Sónar/ Efelarazon

La noche parecía una de esas bocas que se cierran furiosas y se niegan a hablar. No presagiaba nada bueno. Lorenzo Carmona, un chico andaluz de 21 años, pisaba por primera vez el Sónar noche y estaba intranquilo.

La noche parecía una de esas bocas que se cierran furiosas y se niegan a hablar. No presagiaba nada bueno. Lorenzo Carmona, un chico andaluz de 21 años, pisaba por primera vez el Sónar noche y estaba intranquilo. Màs que intranquilo, estaba a punto de arrancarse los pelos y morder a las señoras mayores. Acababa de tatuarse la cara de su novia en el pecho, o al menos eso creía él. La realidad era que había ocurrido un desastre. Le había dado al tatuador una foto donde su novia, guapísima, salía con su madre. El genio de la aguja lo había entendido todo al revés y ahora tenía a su suegra en el pecho. «No es tan raro, verdad», se decía, pero lo era, tanto que el tatuador explicó esta historia hasta que murió de carcajadas a los 89 años.

El pobre Lorenzo necesitaba olvidarse de todo. Llegó al recinto de Gran Vía 2 justo cuando comenzaba Lcd Soundsystem. Algo recorrió su cuerpo en ese mismo instante, como una descarga eléctrica que le hacía vibrar la piel y le obligaba a gritar «yeah». El estallido de disco punk de estos adalides de la electrónica para viejos que quieren sentirse jóvenes y jóvenes que quieren sentirse viejos, primero le hizo sonreír, luego le aletargó las piernas y al final, con «All my friends», botaba en éxtasis gritando a pleno pulmón «¡adoro a la vieja!». James Murphy y compañía habían conseguido insertarle en el mismísimo corazón la esencia misma de toda celebración. Él no tenía nada que celebrar, así que sólo se le ocurrió una cosa, sacarse la camiseta y delirar. «Vaya, quieres mucho a tu madre, no», dijo entonces una chica de grandísimos ojos negros al ver el tatuaje que ocupaba todo el pecho de Lorenzo, rematado con la frase «no puedo vivir sin tenerte cerca de mi, te quiero, !por Dios!». La chica estaba alucinada. «Que va, no es mi madre», contestó Lorenzo sorprendido con la pregunta y la chica se marchó de allí como si le hubiese dicho que era Jack el destripador.

Tanto daba, Lorenzo estaba de buen humor y corrió a ver a la angelina de origen japonés Tokimonsta, un monstruo de tres cabezas de rostros siempre simpáticos y angelicales, ya sea cuando rastrea hitos pasados del house, se pone a poner gas y atmósferas mostaza al hip hop más roto y contemporáneo, o se atreve con mínimas pinceladas del k-pop. Lorenzo se lo estaba pasando de fábula a pesar de que los audiovisuales tipo 2001: Odisea en el espacio no le decían nada. Es cierto, no decían nada, eran rancios y antipáticos. Lo que sí le encantó es que se encendieran todas las luces y la gente bailase expuesta. Su tatuaje se veía a la perfección y Lorenzo se movía tanto que la madre de su novia parecía en éxtasis. «Eh, tu madre lo está dando todo», le dijo un chaval tan delgado que parecía que nunca hubiese pasado por ahí. «Qué no es mi madre», gritó Lorenzo ya de mal humor.

Algo de bajón, se despidió de sus amigos y se fue a ver solo a Fatima Al Qadiri, volviéndose a colocar la camiseta. Necesitaba intimidad, y vaya si lo consiguió. Esta kuwaití es una especie de Souxie del nuevo milenio, con bases densas de película de miedo de John Carpenter, toques deconstruídos árabes, y grime minimalista, pero exaltado. Lorenzo no tenía ni idea de quién era esa mujer y por qué insistía en enpoderar a los raros, los insultados, los perseguidos. Vaya si el se sentía raro e insultado, pero ya no, y levantó los dos brazos como sí hubiese ganado un premio. ¿Lo había hecho? «Siiiii», gritó a lo Cristiano Ronaldo.

El único pero es que duró un suspiro. Quedaba tiempo de sobra para ir al lavabo, pedir una cerveza, y acercarse a ver a Thom Yorke. El líder de Radiohead se presentó cálido y cercano, aunque los audiovisuales lo convertían en invisible la mayor parte del tiempo, y su voz fantasmal se convirtió en dos fantasmas. Mejor, emocional y desesperado como siempre, pero también juguetón, contagioso y bailable, su actuación fue todo un viaje de contrastes que acabó con el público encendido y Lorenzo, iluminado, gritando, «estoy enamorado de la madre de mi novia, lo he comprendido, fui yo quien se equivocó, no el tatuador, pero no, no me equivoqué, señora Valls».