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El Sónar se convierte en un sueño
119.000 personas llenan una edición que sus responsables tildan de «sueño hecho realidad»
119.000 personas llenan una edición que sus responsables tildan de «sueño hecho realidad»
Los El Sónar ha conseguido este año convertirse en lo que aspiraba ser, un festival de 360 grados que aglutine creatividad, tecnología y negocio. «Nuestro sueño empieza a ser una realidad», afirmaba ayer Ricard Robles, codirector del festival. El Sónar+D se ha convertido en estos tres años en la nueva seña de identidad de un evento transversal, en una edición en conjunto que ha atraído a 119.000 personas, la segunda mejor marca en 22 años de historia. El 56 por ciento del público era extranjero, de 104 países, aunque el visitante estrella de este año ha sido local, la nueva alcaldesa Ada Colau, que el viernes se dejó ver por el SónarVillage. ¿Bailó? Puede, quizá sí, quizá siempre esté bailando, nadie le negará la libertad de bailar como le dé la gana y hacerlo cuando más le convenga. «Que a seis días de ser alcaldesa venga es positivo y recalca su apoyo a la cultura», sentenció Enric Palau, codirector del festival.
Después de la tormenta de sonidos rotos y oscuros de la noche del viernes, el sábado por la tarde empezó nostálgico, con esa sensación de tristeza por algo que se acaba. El flamenco fue el invitado sorpresa, aunque tan deconstruído que podía se flamenco o gazpacho, tanto daba. El Niño de Elche, junto a Los Volubles mezclaron mensaje político, jugar a indios y vaqueros, y quejío post industrial para conseguir un intento fallido de fusión flamenco electrónica. Pero fueron más interesantes que Tourist y susmonocordes ritmos houseros melódicos con sus torres lumínicas rojas que de tan habitualeseste año en el festival han acabado por aburrir.
La estrella de la jornada fue Holly Herdson, que dejó a gente fuera en el auditorio del SónarComplex. Su espectáculo de tan inteligente, con mensaje, irónico y universitario más que admiración despertaba cierta tirria, aunque fue gracioso que en la pantalla escribiese que Colau es sexy. Al final, los colombianos Bomba Estereo pusieron un poco de fuego a tanto intento intelectual y sentó bien.
A estas alturas, parecía que hacía años de la noche del viernes, que, por decir algo, fue salvaje. No es que alguien se comiese a un bebé, pero en los escenarios principales dominó los nuevos ritmos urbanos, el dubstep, el grime, el trap, que parecen nombres de teleñecos, pero son oscuros quiebros epilépticos que hacen del público un uniforme espasmo. Sophie, Die Antwood, Asap Rocky, Skrillex, Hudson Mohawke, todos, en su estilo, juegan en esta misma liga. No hay nada malo en lo uniforme, homogeneiza y da unidad y sentido a la experiencia. ¿Cuál es la experiencia? Qué en la era digital, la juventud quiere sentir una nueva animalidad, como si lo contrario de máquina no fuese el hombre, sino el animal, la vaca, por ejemplo. Cuanto más animales y orgánicos seamos, aunque sea a latigazos, mejor. Es como tirarse un pedo para reclamar tu identidad humana frente a la máquina. A veces es poético, a veces desagradable, pero siempre efectivo.
Empezó la noche un Asap Rocky llevando el hip hop al lado más salvaje y más blanco de la vida, lanzando confeti, invirtiendo la bandera americana, regalando billetes, compartiendo «beats» rotos, grasientos y llenos de alquitrán, pero si este es el futuro del hip hop, entonces no hay mucha esperanza para una revolución negra. Después de años de músicos blancos robando a los músicos negros, ahora empieza a ser a la inversa, y no sé por qué, en lugar de todos ricos, el resultado es todos pobres.
A pocos metros de allí, la explosión colorista de Roisin Murphy tampoco entusiasmó. Muchos cambios de vestuario, mucha excentricidad y mucha autoironía que lo único que consiguió fue que nadie la tomase en serio. Su pop electrónico con ramalazos funk era tan cautivador como ver saltar a un cojo, aplaudes el esfuerzo, pero por favor, que pare, se va a hacer daño. El concierto acabó con el teclista dando cachetes en el culo a Murphy con el sintetizador. ¿Había sido una chica muy muy mala? Quién sabe, la ironía hip posmoderna tiene estas cosas, que es basura.
A partir de aquí, la noche fue remontando con la alegría democráctica de Hot Chip, música para hacer bailar a camioneros, fotógrafos, pijos, poligoneros, modelos y lo que queda en medio. Empezaba ahora el sábado noche y prometía también mucho.
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