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Esos locos ingleses

El siglo XIX vuelve a estar de moda en las librerías con la recuperación de clásicos semi olvidados de la época victoriana.

El revival del siglo XIX en las librerías es una realidad.
El revival del siglo XIX en las librerías es una realidad.larazon

El siglo XIX vuelve a estar de moda en las librerías con la recuperación de clásicos semi olvidados de la época victoriana, de Thomas Hardy a George Meredith, pasando por maravillas como el «Sartur Resartur», de Thomas Carlyle o novelas de Headon Hill o Charles Whitehead.

Los 80, qué década, verdad. El revival de esa época dorada tiene sentido si comprendemos que en años grises como este último lustro, se busca sobre todo escaparse a épocas recientes de estallidos de color. Los 80 lo fueron. Todos aquellos que eran niños en esos años, lo rememoran con cariño y calor, claro que sí, como tiene que ser. El refugio de la nostalgia es el primer lugar seco donde se reconfortan los seres humanos, mucho antes que las cuevas de los neardentales. Uno puede enfrentarse mucho mejor al presente y sus peligros.

Lástima que todos esos locos de los 80 no hubiesen vivido también en la Inglaterra del siglo XIX, sobre todo en esos años finiseculares llenos de novedades y visiones insanas del futuro, en plena época victoriana. Entonces la fiesta sería absoluta. No recuperarían sólo sus discos de Prince y Michael Jackson, sino que se volverían a vestir como elegantes prestidigitadores con sombreros de copa de 18 centímetros y como señoras de peinados imposibles y faldas enormes hasta poder esconder a un mono de Gabón. Si sólo viviese uno, un viejo de 150 años que todavía pudiese contar de primera mano aquellos años, el contagio sería universal y viviríamos in situ en un mundo steampunk con un delicioso deliro lleno de orgullo y vigor.

Nunca ha existido época con tantos genios adelantados a su tiempo, excéntricos, revolucionarios, raros, vibrantes, cuyos libros no parecían hablar a sus concuidadanos, sino a sus descendientes de un siglo después. No es extraño que muchos de estos libros no fueran muy populares en su época, sino que consiguieron mayor repercusión a medida que sus lectores parecían reconocerse más en esas páginas. El revival del siglo XIX en las librerías es una realidad, y que continúe, porque la mayoría son novelas más modernas que las que se escriben hoy día. Aquí van algunos ejemplos.

La editorial Ático de los Libros acaba de recuperar por primera vez en castellano «Las tribulaciones de Richard Feverel», de George Meredith, obra de 1859 que provocó todo un terremoto social a pesar de, como suele pasar en estos casos, muy pocos leerían la novela. Demasiado obscena, dirían, demasiado fantástica en la liberación de la mujer, señalarían, demasiado heterodoxa, insistirían, y acabarían por no darse cuenta que era el auténtico salto hacia el futuro de la narrativa de su época. Irónica, inteligente, subversiva, radical, la historia nos presenta a Austin Feverel, un hombre al que su mujer le abandona por su mejor amigo. Y no sólo le abandonará, sino que le dejará con un bebé, el pobre Richard Feverel del título, que se convertirá de alguna forma en su escudo contra un mundo que permite que mujeres como esa existan. Cuando el niño crezca y se enamore, el mundo ideal que ha creído levantar su padre se tambaleará sin remedio. «En cuanto a la ficción inglesa, no cabe duda que la novela moderna comenzó con la publicación de este libro», diría J. B. Priestley. Otro buen hombre de la era victoriana, Oscar Wilde, iría más lejos: «Meredith es imposible de definir. Su estilo es el caos iluminado por la genialidad».

El escritor tenía mucho en común con ese Austin Feverel. Al menos su primera mujer también le abandonó para irse con un buen amigo suyo, el pintor Henry Wallis, uno de esos prerafaelistas que dejaban embarazadas a las mujeres de sus amigos. Lo demás fue dejar libre su imaginación para demostrar que el comportamiento de una persona nunca puede definir el de los demás, por lo que las costumbres han de ser un estudio de los poderes y deseos de cada momento, nunca de los de la época anterior. La editorial Ardicia recuperó hace poco otro clásico de Meredith, la novela corta «El general Ople y lady Camper», aunque su novela más célebre es «El egoísta».

En 1868, el escritor, cuyo nombre ya movía montañas, conoció a un joven aspirante a escritor de 28 años llamado Thomas Hardy. El autor, que luego publicaría obras maestras como «Jude, el oscuro» o «Tess de Uberville», le dejó leer su primera novela, «The poor man and the lady», después de ver como cinco editoriales la habían rechazado. A pesar de que le gustó mucho lo que leyó, Meredith le aconsejó que dejase de lado la novela. En su opinión era demasiado crítica con los ricos, demasiado dura y satírica, lo que le generaría enemigos antes de empezar y podría acabar su carrera antes de empezar. Le habló de las dificultades que él había vivido con «Las tribulaciones de Richard Feverel» y le aconsejó apostar por una novela más artística si quería, más popular, con un argumento más sólido al que los lectores de la época pudiesen agarrarse. Hardy le hizo caso y en 1871 se publicaba «Remedios desesperados».

Que la primera novela de un genio como Thomas Hardy no se hubiese traducido nunca es un misterio. Al menos Ático de Libros abrió 2018 con este regalo. «Remedios desesperados» es lo que hoy se llamaría un «domestic noir». Cytherea Graye, típica heroína hardiana, es una joven que por despecho se casa con el misterioso Aeneas Manston. Su vida empezará a oscurecerse a medida que Manston se descubra como un hombre violento y amoral que intentará recluirla y anularla por completo. Entre las múltiples hazañas de la novela está el personaje de la señorita Aldclyffe que inspiraría a Daphne du Maurier para su singluar «Rebecca».

Otra vez novela adelantada a su tiempo, su contenido sexual y su dibujo del deseo y la pasión como sutiles derivados de la violencia hicieron que en un principio Hardy publicase la novela bajo pseudónimo. Sin embargo, el éxito popular hizo que no tardase en reclamar su autoría, algo que sería imposible de disimular porque en sus páginas están escondidas las mismas formas y motivaciones que libros clásicos suyos como «El alcalde de Castlebridge» o «Lejos del mundanal ruido».

La vida de Hardy, al que se le ha bautizado rey del naturalismo, siempre fue una apariencia de calma bajo un interior tormentoso. El novelista Christopher Nicholson incluso recreó el triángulo amoroso que protagonizó con su mujer y la joven actriz que interpretó a Tess en el teatro. La influencia de Hardy se puede rastrear desde D. H. Lawrence a John Williams. «Stoner» no deja de ser la versión del siglo XX de «Jude, el oscuro».

Al otro lado del charco, en ese espléndido siglo XIX, tenemos a Thomas Carlyle, célebre ensayista que en 1831 publicaba «Sartor Resartus» (Alba editorial) una maravilla inconmensurable que hubiese sido moderna en 1989 y que antecedió a todos esos Claudio Magris, W. G. Sebald y compañía, pero con algo mejor, una brutal ligereza humorística que convierte sus ideas en dardos en el diafragma, el lugar donde se esconde la risa. La novela sigue los pasos al filósofo alemán Diogenes Teufelsdröckh, que está trabajando en un ensayo dedicado a la moda de la época y para qué sirve simbólicamente la ropa. Parodia de todo idealismo, demuestra que el collage literario ya existía en el XIX.

A partir de aquí los nombres son mil, de Hedeon Hill y Charles Whitehead y sus escritos sobre John Ketch a la ciencia ficción de George McLeod Winsor.