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La fiesta de María Inmaculada

La Razón
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Este segundo domingo de Adviento es la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Ella es una de las figuras centrales de Adviento. Por ello, recordarla, celebrarla, será una muy buena manera de seguir haciendo el camino de Adviento en espera de la venida del Señor. ¿Quién mejor que María nos puede preparar para recibir a Cristo?

El ángel Gabriel, en el momento de la Anunciación, saludó a María diciéndole «llena de gracia». A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María, «llena de gracia» por Dios, había sido redimida desde su concepción.

Esto es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el papa Pío IX: «La bienaventurada Virgen María, desde el primer instante de su concepción, por una gracia y un favor singular de Dios todopoderoso, en virtud de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de pecado original».

Hay, en la historia de la salvación y en la vida de cada uno, una lucha trágica entre el bien y el mal. La refleja la primera lectura de la misa de hoy. La historia del pecado de Adán y de Eva por instigación del Maligno, y la presencia también de la mujer en la victoria del bien sobre el mal: «Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre su estirpe y la tuya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón».

María Inmaculada es la afirmación divina del triunfo del bien sobre el mal. En ella, que fue concebida sin pecado original y vivió sin pecado, se cumple el anuncio del libro del Génesis, llamado con toda razón el «Protoevangelio», el anuncio y promesa del Salvador que nos viene por María.

El misterio de la Inmaculada Concepción está en función de la divina maternidad de María, que celebramos el día primero de enero, dentro del ciclo de celebraciones de Navidad y Epifanía. Ella está exenta de todo pecado porque ella trae al mundo, llevando a Jesús, un nuevo comienzo y una nueva luz, la plenitud del amor fiel de Dios. Como dice el papa Francisco, en su encíclica «La luz de la fe», «la verdadera maternidad de María aseguró para el Hijo de Dios una verdadera historia humana, una verdadera carne, en la que morirá en la cruz y resucitará de los muertos». María es la puerta que nos anuncia la llegada del Salvador al mundo. Por eso, todo el tiempo de Adviento es un tiempo de carácter mariano.

Esta unión profunda del misterio de santa María y del misterio de Cristo es la razón por la que la Iglesia ha dado y da tanto relieve a la fiesta de la Inmaculada Concepción.

Reflejándose en María, las mujeres, las esposas y las madres realizan adecuadamente su gran vocación como lo hizo ella. Frente a un mal siempre presente en el mundo, la fe nos dice que, en María, en Cristo y por Cristo, el mal ya ha sido vencido y que la mujer está asociada al triunfo del bien y a una aportación positiva y humanizadora a la historia de la humanidad.