París
Las catalanas de Pignon
Colliure dedica una exposición a un nombre clave del arte francés
Colliure (Francia)- A pocos kilómetros de la frontera, el pequeño pueblo francés de Colliure sigue siendo hoy en día punto de encuentro de artistas, tomando el relevo de otros que pasaron y pintaron allí. Uno de ellos fue Édouard Pignon que pasó dos veranos en Colliure, en 1945 y 1946.
El museo de arte moderno de esta localidad le dedica en estos días una exposición en la que se reúne una parte importante de la producción que realizó durante su fructífera estancia. Dibujos, pinturas y cerámicas nos ayudan a conocer una parte de la carrera de Pignon en la que las mujeres mediterráneas, las «catalanas» de Colliure, se convirtieron en el tema principal.
Cuando el pintor llegó a este pueblo costero, buscaba una luz y un ambiente diferentes a los que estaba acostumbrado a encontrar en París. La luz fue el primero de los elementos que lo impactó, hasta el punto de poner en marcha un nuevo método de trabajo inspirado en la observación del motivo, como lo avala la gran producción de dibujos en tinta y lápiz de esos días.
A Pignon le fascinó la vida cotidiana de la población, especialmente en la zona del puerto, con la pesca como eje de la economía y de la sociedad del pueblo. La mirada del artista pasó entonces a posarse en la mujer, la «catalane», que se convertió en una obsesión pictórica, como se recuerda en la exposición.
Pignon sorprende con una paleta diferente a la empleada hasta ese momento. De los tonos más coloristas pasa a los grises, blancos y negros, añadiendo marrones, amarillos o naranjas, incluyendo el rojo o el azul en algunos momentos. Todo ello hace que la estancia en Colliure se convierta en una etapa fundamental en la carrera del autor, con una peculiar manera de entender la figuración, en ocasiones con ecos picassianos.
Por ejemplo, en «Femme» (1946), con una catalana como protagonista, parece como si Pignon hubiera tomado como referente los retratos de Dora Maar llorando que realizó su amigo Picasso. El trazo, la manera en que construye el personaje e incluso los tonos son muy parecidos a los del genio malagueño, aunque no por ello desparece el buen hacer pictórico del francés.
Las mujeres que retrata son «les remmailleuses», las zurcidoras de redes del puerto, a las que plasma trabajando laboriosamente, aunque también las busca descansando y las plasma cuando ya han acabado su jornada laboral. Pignon las convirtió en el tema principal de sus investigaciones pictóricas. Para ellas rechaza la abstracción y se obsesiona con su aspecto de mujeres tranquilas, con pañuelo en la cabeza. Es un terreno nuevo que hace y rehace, hasta el punto de trasladar esa calma a unas cerámicas en las que juega con la forma del jarrón para depositar allí las formas de esas mujeres.
Cuando Pignon abandonó Colliure con una interesante producción, ya empezaba a ser una de las miradas más importantes del arte francés de su tiempo, hasta el punto de ser calificado por la crítica como propietario de una «paleta de tonos de una sensibilidad rara y una composición verdaderamente clásica».
Una figura clave del debate cultural
Édouard Pignon fue un pintor comprometido con su tiempo, especialmente con el debate cultural que tiene lugar en Francia tras el final de la II Guerra Mundial. Buena prueba de ello fue su decisión de afiliarse al Partido Comunista, donde tuvo un papel clave junto con su amigo Picasso. Pese a ser un excelente pintor, una de las grandes pasiones del artista fue la cerámica, trabajando en el taller de Vallauris donde llevó a cabo una auténtica revolución en este formato artístico, tomando como base lo que había aprendido observando las colecciones de la Antigüedad guardadas en el Museo del Louvre. Otra de las pasiones del pintor fue el teatro, gracias a su labor con Jean Vilar en el Théatre National Populaiore, entre 1948 y 1959. Gracias a esta colaboración pudo realizar escenografías y vestuarios para «Madre Coraje» o «El enfermo imaginario».
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