Conciertos
Los cantos élficos de Sigur Rós cierran el Primavera
El poderoso hip hop de Action Bronson y el pop electrónico de Chairlift siguen la estela de una musculosa y aplaudida PJ Harvey
El poderoso hip hop de Action Bronson y el pop electrónico de Chairlift siguen la estela de una musculosa y aplaudida PJ Harvey.
Cuando los lobos tienen hambre, allá por los bosques nórdicos, los ojos se les vidrean y a la luz de la luna reflejan un hermoso halo azul que llega a paralizar a sus víctimas, atrapadas en un aura de belleza y desesperación. Liebres, ciervos, ardillas, incluso hombres palidecen y ven inmóviles cómo se acercan sus devoradores. Sabiendo lo inevitable de su destino, sólo son capaces de soltar un último estertor, un hermoso y triste timbre de notas altas que suena a amor y despedida. Quien lo ha oído asegura que es la música más delicada, estremecedora y espiritual que ha existido nunca, como si tuviese la llave de una nueva realidad, de un imposible final. Los islandeses Sigur Rós miraron a los ojos a los lobos hambrientos de niños, sin embargo los voraces carnívoros les perdonaron la vida. Desde entonces, no han hecho otra cosa que cantar a la muerte, repetir ese dulce estertor de las víctimas de los lobos y subyugar a todos aquellos que los escuchan.
No había más, Sigur Rós era el último cabeza de cartel del Primavera y por Dios si fue un buen epílogo, una despedida sonámbula y soñadora que consiguió despedir al público a un futuro lejano, far far away. Sin canciones nuevas que descubrir, la banda se volcó en sus himnos élficos y desolados, con un juego de luces que sirvió para conseguir algo muy difícil en un festival, que la gente calle y preste atención. Con «Starálfur» y «Popplagid» llegaron a unos agudos capaces de rasgar hasta los diamantes. Que nadie se asuste, nadie lleva diamantes al Primavera, no hubo lamentos inútiles.
Antes, PJ Harvey consiguió seducir con esa nueva versión de sí misma que se ha inventado en sus últimos dos discos, más trascendente, más abstracta, con la misma contundencia pero sin la rabia que la hizo famosa. En su última visita, en 2011, actuó justo después de que el Barça ganase la Champions y tanto la euforia de los ganadores como la necesidad de euforia de los perdedores, impidió que la cantante luciese en su nueva faceta mesiánica de salvadora del mundo. En esta ocasión, sin contextos a los que vencer, consiguió que el público descifrase la contundencia fría de los discos «The hope six demolition proyect» y «Let England Shake» y se volcase en el aliento salvador de la artista. Con la recuperación de éxitos de los 90 como «50 ft Queen X», «To Bring You My Love» y «Down by the water» cerró un concierto redentor, muy bien arropada por su banda, con John Parish al mando.
En el vértice contrario del recinto, Action Bronson, un obeso, calvo y tatuado cuarentón con los ojos más tiernos del planeta demostró que hablar de hip hop hoy tiene que pasar por su nombre. Tiene un aspecto fiero, de comer bebés, y se mueve y actúa igual, pero le escuchas y ves que allí hay un corazón de oro en el cuerpo de una bestia. Espeluznante demostración de carisma y poder. Al mismo tiempo, el pop electrónico de Chairlift también dejó muy buen sabor de boca, lo mismo que Julia Holter, una estrella para el futuro.
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