Política

Atentado en Barcelona

«No he podido ver las imágenes del atentado»

Roser Lara, adjunta de Enfermería del hospital Materno-Infantil del Vall d'Hebron y el doctor Luis Domínguez nos narran su experiencia.

El adjunto de Intensivos del hospital de Traumatología de Vall d'Hebron, Luis Domínguez, y la adjunta de Enfermería del Materno-Infantil, Roser Lara. Foto: shooting/Miquel gonzález
El adjunto de Intensivos del hospital de Traumatología de Vall d'Hebron, Luis Domínguez, y la adjunta de Enfermería del Materno-Infantil, Roser Lara. Foto: shooting/Miquel gonzálezlarazon

Roser Lara, adjunta de Enfermería del hospital Materno-Infantil del Vall d'Hebron, aún no ha visto las imágenes del atentatado. «Había visto imágenes de otros atentados, pero no eran en casa, eso impacta», cuenta. El hospital funcionó como un reloj suizo. «Es curioso», apunta el doctor Luis Domínguez, adjunto de Intensivos de Traumatología, una de las víctimas quería volver a Las Ramblas».

David Armengou estuvo dos noches sin dormir después de lo que vio el 17-A en Barcelona. Estaba con su pareja Marcela Miret haciendo fotografías a un hotel de la calle Pintor Fortuny para un proyecto. No son fotoperiodistas, pero ese día corrieron en dirección contraria de donde huía la gente y retrataron «la violencia y el dolor» que genera el terrorismo. También «la humanidad y la solidaridad reflejadas en la figura del turista que permanece al lado del cuerpo de un niño». La frase es del jurado de los premios Ortega y Gasset de periodismo, que dio a esta pareja el galardón a la mejor fotografía publicada en el año 2017.

Su instantánea fue la imagen publicada en las portadas de muchos diarios. Un plano general, que no se recreaba en el morbo, aunque algunos editores optaron por cortar al niño en el suelo. Roser Lara, adjunta de enfermería del Hospital Materno-Infantil del Vall d’Hebron, sin embargo, no ha visto aún esa imagen ni ninguna otra del atentado. En cambio, vio a dos niños críticos que llegaron ese día al Vall d’Hebron. Y a Benjamin y Raphael, otros dos niños, casi bebés, franceses que también llegaron al Vall d’Hebron en una ambulancia junto a sus padres, heridos críticos. Y pese a que en su carrera ha sido testigo de historias dolorosas, admite que no ha podido ver las imágenes del 17-A. Los psicólogos dicen que es una reacción normal. «Había visto noticias de otros atentados en la televisión, pero no eran en mi casa. El 17-A vi que eso también podía pasar en Barcelona y eso me impactó. No somos de piedra», explica. Pero todo eso lo pensó días después del atentado. El 17-A trabajó con la profesionalidad y la excelencia con la que está acostumbrada a hacerlo.

La primera noticia de que algo había ocurrido en las Ramblas le llegó por whatsapp. «Eran las cinco de la tarde, yo ya me iba a casa y una de mis hijas me aviso de que había habido un atropello masivo en las Ramblas. Avisé al jefe de guardia, pero no sabía nada. Entonces, llamé a mi compañera de Traumatología, que es donde debían de llegar más heridos, pero tampoco sabía».

«Curiosamente, la primera noticia del atentado también la recibo por whatsapp», comenta el doctor Luis Domínguez, adjunto de Intensivos de Traumatología de Vall d’Hebron. «El mundo está tan interconectado que pese a tener contemplado un dispositivo de emergencia muy estudiado, la primera noticia nos llegó a través de amigos y familiares. El SEM, en seguida confirmó el atentado, pero no sabíamos ni el alcance, ni cuántas víctimas iban a llegar a nuestro hospital ni cómo. Pusimos en marcha el plan de catástrofes hospitalario –Vall d'Hebron tiene un plan desde 2006, que había revisado meses antes del atentado y volvió a revisar después–». Básicamente consiste en liberar espacios y redistribuir recursos.

Llegaron doce adultos heridos, tres críticos. Dos eran los padres de Benjamin y Raphael. Estaban dando de merendar a los niños cuando la furgoneta los embistió. Renaud, el padre, tenía un traumatismo torácico, abdominal y fractura de fémur. Tania, la madre, una contusión torácica y hepática.

«La mayoría de los pacientes tenía contusiones torácicas, hepáticas, abdominales, y fracturas en las extremidades. Los niños, al ser más bajitos, tenían más contusiones craneales».

La muerte de un hijo

La tercera paciente crítica era una mujer filipina con nacionalidad australiana. La madre del niño que aparece en la fotografía de David Armengou, que después se supo que perdió la vida en el lugar de los hechos. «A nivel humano, lo peor que puedes hacer como médico es decirle a una madre que ha muerto su hijo porque es algo que no entra en nuestros planes», admite el doctor Domínguez. «Entró inconsciente. Necesitaba una intervención quirúrgica urgente, luego fue a reanimación y a los dos días bajó a la UCI. Hasta que no estuvo en planta estable y llegó su familia, no le dijimos nada».

Lara toma el relevo del relato. «Renaud y Tania llegaron conscientes y pudieron identificar a los niños, que ingresaron en pediatría. Aunque viven en Francia, sus familiares venían de Mauricio y tardaron 24 horas en llegar. El personal se volcó con los bebés de uno y dos años y medio que entendían otro idioma. En momentos así se ve la parte más humana de nuestros equipos. Emociona. Recuerdo a una doctora de otra unidad que vino para hablar con una de las niñas críticas en holandés. Vivimos un alud de solidaridad. Los bebés franceses volvieron con sus familiares a Francia. Sus padres fueron repatriados días después a un hospital, cuando estuvieron estables». «Es curioso, Roser no quería ver las imágenes del atentado y Tania quiere volver a las Ramblas», reflexiona el doctor Domínguez. No quiere un mal recuerdo de Barcelona.