Atentado en Barcelona

17-A: «Xavi (de 3 años) luchó, pero no sobrevivió»

Tres de los cuatro agentes de la Guardia Urbana que atendieron a Xavi, el niño de 3 años asesinado en el atentado yihadista, relatan cómo vivieron ese día

Leo, Eva y Dani, tres de los guardias urbanos que atendieron a Xavi el niño de 3 años asesinado en el atentado yihadista
Leo, Eva y Dani, tres de los guardias urbanos que atendieron a Xavi el niño de 3 años asesinado en el atentado yihadistalarazon

Tres de los cuatro agentes de la Guardia Urbana que atendieron a Xavi, el niño de 3 años asesinado en el atentado yihadista, relatan cómo vivieron ese día.

«Ese día no debíamos estar allí». Así arranca el relato de cómo vivió Leo el 17 de agosto de 2017. El día en que los yihadistas atentaron en la Rambla de Barcelona. Leo, agente de la Unidad Territorial de Ciutat Vella, debía estar de vacaciones, pero se apuntó a un servicio extraordinario de seguridad ciudadana, de paisano. Por la mañana, tras cazar a un par de carteristas bosnias en el Metro, salió de la estación de Passeig de Gràcia a que le diera el aire. «Era un día muy apacible», recuerda.

Silvia, la madre de Xavi, una de las 14 víctimas del atentado de las Ramblas, también recuerda que ese 17 de agosto pasó una mañana muy feliz. Fue a pasar el día a Barcelona con sus hijos, de 3 y 7 años, y sus tíos. Y de vuelta a Rubí, antes de coger los Ferrocarriles, decidieron pasar por las Ramblas para coger unas pulseritas de recuerdo.

Tal vez por una serie de coincidencias o porque ese era el destino que les esperaba, Eva y Dani, agentes de Ciutat Vella, ese día entraron antes a trabajar en prevención de venta ambulante y fueron a comer una hora más tarde de lo habitual. También iban de paisano.

Para Leo fueron un montón de casualidades –que unos llamarán destino y otros pensamiento mágico–, las que le llevaron a encontrarse ese 17 de agosto poco antes de las 17.00 con sus compañeros Miquel, Eva y Dani, y con Xavi, su madre Silvia y su hermana Marina, frente al Liceo. La vida, «esa absurda teoría entre un montón de caóticas casualidades», dice uno de los poemas de María Leach.

«¡Atentado en la Rambla!»

Cuando Younes Abouyaaqoub se subió con una furgoneta al paseo central de la Rambla a repartir terror, los agentes que lo vieron avisaron a través de la radio. «El mensaje era estremecedor. Atención atención, furgoneta atropellando a la gente en las Ramblas Altas ¡Atentado terrorista!», recuerdan Dani y Eva, a quienes la alerta les cogió con los cafés. «Si no hubiéramos retrasado la hora de la comida, posiblemente, nos habríamos cruzado con la furgoneta», aseguran. Salieron corriendo y lo primero que vieron al llegar a la Rambla, a la altura del Liceo, fueron a Leo y Miquel intentando reanimar a un niño pequeño junto a su madre y su hermana. Xavi, Silvia y Marina.

Leo estaba en la calle Ferran con Rambla cuando escuchó el aviso. «Me lancé a la carrera. A 50 metros del mosaico de Joan Miró (donde se detuvo la furgoneta), no parecía que hubiera pasado nada, la gente seguía rambleando y sus cabezas escondían el escenario dantesco que encontramos al llegar. Tampoco se oía nada extraño, en la Rambla siempre hay ruido. Tardé 15 segundos en llegar donde la furgoneta se paró. Aún humeaba. Debajo había un cuerpo por el que no se podía hacer nada. No sé aún si vi salir al terrorista, lo recuerdo todo como una película. Me cuesta ordenar el tiempo y el espacio de los acontecimientos. Iba de paisano, así que al llegar me puse la placa y entonces apareció Silvia con Xavi en brazos y Marina agarrada a ella pidiendo ayuda. En ese instante, llegó Miquel, de la USP (Unidad de Apoyo Policial), con uniforme, y cogió en brazos al crío, gravemente herido. Pese a ser compañeros y compartir el mismo escudo, Miquel y yo no nos conocíamos. Xavi nos unió. Lo atendimos allí mismo, al lado de la furgoneta, hasta que nos dimos cuenta de que estábamos demasiado expuestos. Miquel decidió que estaríamos mejor bajo el porche del Liceo. Allí, sacó su navaja, rasgó el body a rayas de Xavi y empezamos a reanimarlo. Entonces, aparecieron Dani y Eva. Parecía que Xavi no respiraba y no sabíamos si tenía pulso. Parecía que estaba con nosotros, pero que se nos iba. Tratamos de calmar a Silvia y Marina y de reanimar al niño. Entre los cuatro realizamos la RCP (reanimación cardio-pulmonar), pero Xavi no despertaba», cuenta Leo.

Dani toma el relevo del relato. «Cuando llegamos y vimos a los compañeros intentando salvar al pequeño, nos olvidamos de si había explosivos en la furgoneta y nos pusimos a ayudar. En ese momento, no piensas si tu vida está en peligro, teníamos que salvar a Xavi. Miquel, el más veterano, que vivió también el atentado de Hipercor, dijo que necesitábamos un desfibrilador urgente. Salí a por uno. A 90 metros , había una farmacia... pero había que cruzar la Rambla. Y en la Rambla estaba todo. Cuando llegué no me querían abrir. Estaban aterrorizados. Logré que me abrieran y coger el desfibrilador. Pero con el desfibrilador tampoco logramos despertar a Xavi. Pedíamos una ambulancia y no venía. No era seguro. Xavi se nos iba y teníamos que sacarlo de allí. Vimos una furgoneta de la Guardia Urbana con las llaves puestas y subimos».

«Leo se puso al volante», sigue Eva. «No me di cuenta de que Silvia y Marina subieron al asiento del copiloto. Xavi, Dani y yo íbamos detrás. Dani seguía con la reanimación. En unos segundos llegamos al CUAP Peracamps. Al entrar, Dani gritó “un médico”. La gente intuyó que había pasado una desgracia, pero no sabía qué. Allí ya no podíamos hacer nada más, así que volvimos a la Rambla. Había más personas que necesitaban nuestra ayuda. Por la noche nos enteramos de que había fallecido un niño de 3 años. Era nuestro Xavi. Nos quedamos destrozados. Al día siguiente pasé por Peracamps, necesitaba saber más, que lo que habíamos hecho sirvió de algo. Tras dejarlo con los médicos, durante 30 minutos, Xavi tuvo pulso y activaron una ambulancia a Sant Pau. Xavi luchó, igual que nosotros. Aunque no sobrevivió, lo hicimos lo mejor que pudimos». La prueba es que una semana después la familia los buscó. El encuentro fue en la comisaría de los Mossos de Rubí. «Y esos besos, esos abrazos y esas lágrimas que intercambiamos fueron la terapia que necesitaba. Esa noche empecé a dormir de nuevo», explica Eva. «Durante una semana no vi a mis padres para no desmoronarme, lloré todo lo que tenía que llorar con la abuela de Xavi. Me abrazó y rompí a llorar». Eva ha tejido una estrecha relación con la familia Martínez Mompart. El 17 de agosto acompañará a Javier, el padre de Xavi, a los actos que la ciudad organiza en recuerdo de las víctimas. Su madre y su hermana no irán, la pequeña está demasiado afectada. Dani no olvida que cuando se reencontraron, Silvia le cogió y le dijo: «estas son las manos que han tocado por última vez a mi ángel». Los agentes coinciden en que conocer a la familia les sirvió para recomponerse del golpe emocional de los atentados. También volver a trabajar y compartir las historias vividas. Hoy son más compañeros.

«Cuando la familia nos dio el coche de policía de juguete de Xavi, me vine abajo»

«Yo soy una persona que no expresa sus sentimientos, pero cuando la familia nos dio el coche de policía de juguete de Xavi como el que tiene mi hijo de tres años, me emocioné, me vine abajo», admite Leo. «Mi hijo también tiene este coche», dice con voz bajita una técnica de la Guardia Urbana. «Y el mío», pienso. En el despacho de la comisaría de la Rambla donde los agentes que atendieron a Xavi y su familia recuerdan aquel 17 de agosto, se hace el silencio. El coche sigue en las dependencias de la Guardia Urbana en una urna con la fotografía de Xavi. «Para mí, lo que viví el 17-A fue la mayor injusticia del mundo. Siempre que paso por el mosaico, me pregunto por qué aquí murieron injustamente 14 personas (una días después en el hospital a causa de las heridas)», relata Dani. ¿Por qué?