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Oriol Broggi pone al trágico Edipo frente al espejo

El Romea acoge una adaptación del clásico personaje de Sófocles con un ojo puesto en Wadji Mouawad

Julio Manrique se pone en la piel del Rey Edipo, un personaje «que arranca como un héroe, que se cree capaz de responder a las necesidades y demandas de su pueblo, pero que acaba cayendo en el más hondo de los agujeros», asegura
Julio Manrique se pone en la piel del Rey Edipo, un personaje «que arranca como un héroe, que se cree capaz de responder a las necesidades y demandas de su pueblo, pero que acaba cayendo en el más hondo de los agujeros», aseguralarazon

El Romea acoge una adaptación del clásico personaje de Sófocles con un ojo puesto en Wadji Mouawad.

Las palabras que Sófocles puso en la boca de Edipo tienen ecos terribles, que congelan el corazón, sobre todo si tenemos en cuenta sus circunstancias. Cuando asegura que «no tengo ningún deseo de sufrir dos veces, una en realidad y otra en retrospectiva», tiemblas al ver cómo su destino acaba por burlarse de él. Al descubrir que el hombre que ha matado es su padre y que se la mujer con la que se ha casado es su madre, no sólo sufrirá dos veces por un mismo hecho, algo en sí mismo terrible, sino que el efecto que producirá será peor, porque el trágico Edipo quedará encerrado dentro de esta dialéctica perversa, como si sólo fuese la imagen inmóvil proyectada por dos espejos enfrentados.

Cuando alguien dobla el significado de un único hecho, la locura devasta la percepción de uno mismo. La persona ya no sabe quién es ese que se mira en el espejo y esa duda paraliza. Desaparece cualquier voluntad, sólo queda una mueca afásica de horror, porque lo que antes creía que era un yo estable en el espejo, se descubre como un personaje volátil, caprichosos y arbitrario. No es extraño que Edipo acabe por arrancarse los ojos, incapaz de soportaresa mueca. El mito de Edipo no importa tanto por sus connotaciones freudianas de deseo inconsciente, sino por la conciencia de la falsedad del deseo mismo. «Una palabra nos libra de todo el peso y dolor de la vida: esa palabra es amor», comenta el rey en «Edipo en Colono». Es decir, el invento del amor como generador del deseo. No amamos lo que deseamos, sino que deseamos lo que amamos, y la diferencia es muy importante. Edipo, por tanto, es el aniquilador del deseo y el inventor del amor, el primer romántico.

Claro que esta es una lectura de un personaje que ha generado tanta literatura que podríamos describirlo como el hombre de las mil caras. Y la última tiene una atractiva y sugerente, la de Julio Manrique.

Una versión actual

Oriol Broggi lleva al Teatre Romea «Edip», una revisión contemporánea de los textos de Sófocles protagonizados por el mítico rey de Tebas. Manrique se pone en la piel de este trastornado personaje, una oportunidad única de interpretar a uno de esos clásicos que prefiguran culturas y formas de pensar enteras, un reto mayúsculo porque es difícil estar a la altura del personaje con el arco narrativo más vertiginoso de la historia. «Edipo arranca como un héroe, un rey que se cree capaz de responder a las necesidades y demandas de su pueblo, y acaba cayendo en el más hondo de los agujero. Un viaje vital muy interesante para un actors», señala Manrique.

El teatro acogerá hasta el 20 de mayo una adaptación «muy cercana al original», en palabras de sus protagonistas, pero que hace una limpieza de la retórica y declamativa clásica para acercar la acción a un público contemporáneo. Broggi desnuda el escenario de todo lo superfluo y centra la acción en la palabra. Una rampa une el escenario y la platea y baja por el pasillo central, en un intento de acerca público y actores. Este enlace también está presente en el vestuario, «que tiene la misma tonalidad que las butacas», explica Broggi,, y en la escenografía, que se prolonga fuera del escenario, con columnas de refuerzo en los palcos, telas protectoras en las barandillas del anfiteatro y redes en el techo como las que se ponen en las obras para evitar la caída de escombros.

Todo ello ayuda a crear la sensación de lugar donde se ha detenido el tiempo que busca Broggi y conecta su adaptación con la obra de Mouawad «Las lágrimas de Edipo», que tiene lugar en un teatro abandonado. El director se olvida, así, de las tonterías del complejo de Edipo y se centra en el drama terrible de la fatalidad que acompaña al concepto identidad. «Me interesa la historia de ese ser humano llamado Edipo que busca su propia identidad y quiere saber quien es en realidad él mismo hasta que descubre pavoroso que es un monstruo», comenta Broggi.