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Navidad

¿Pero quién quiso matar a la Navidad?

Las novelas negras ambientadas alrededor de Noche Buena son un género en sí mismo, con casos para detectives como Sherlock Holmes a Maigret, Poirot o Philipe Marlowe.

El clásico de Tim Burton «Pesadilla antes de la Navidad»
El clásico de Tim Burton «Pesadilla antes de la Navidad»larazon

Las novelas negras ambientadas alrededor de Noche Buena son un género en sí mismo, con casos para detectives como Sherlock Holmes a Maigret, Poirot o Philipe Marlowe.

A Pablo le daban miedo los hombres con barba. Blancas, negras, rubias, pelirrojas, todas,¡ ahhh! «¡Ja ja ja!», reían sus padres siempre que el niño se apartaba horrorizado de Papa Noel. A él no le hacía ninguna gracia, pero se ponía detrás suyo, oculto tras sus piernas. «¡Si te va a dejar regalos, cariuño!», decían entonces sus padres con una condescendiente sonrisa. «¡Qué quieren, prostituirme!», pensaba él asustado. Como no iba a temer a Papa Noel. Amar a los barbudos porque te dan regalos, que infamia.

Desde muy pequeñito, los barbudos eran para él como monstruos antediluvianos surgidos de las pesadillas primigenias de la civilización. ¿Por qué, por qué se dejaban crecer tanto el pelo facial? Sólo podía ser por causas siniestras. Muchos no entendían su fobia, sus amigos hasta sacaban por sorpresa su cabeza entre el pelo largo de sus compañeras de clase y gritaban «¡te voy a comer!» y claro, el niño se llevaba unos sustos de muerte. Barbudos y con dos cabezas, eso era lo peor.

Si pones una mata de pelo largo y rizado a cualquier otra cosa, de un conejo a una mano a un zapato o a un pato, ¿quién puede decir que la imagen que se crea no es algo horrible? Entonces, ¿por qué iba a ser diferente con las caras? Las barbas son el horror. «¿Has visto a Papa Noel, Pablo?», le preguntaba entonces su abuela cuando llegaba a casa. «Sí, sí, ¡pero ya lo había olvidado! Muchas gracias», decía y se marchaba corriendo a su cuerto.

En la Nochebuena de su octavo cumpleaños, oyó unos ruídos en el comedor. No se atrevía a salir. Quería que fuese Papa Noel, porque eso significaba que le estaban dejando regalos, pero no quería que fuese Papa Noel, porque era un hombre con barba al que tenías que amar porque te traía regalos y eso era siniestro. No sabía lo que hacer. Odiaba tener miedo. No quería tener miedo. Así que decidió no tener miedo, intervenir. Cogió con poco afán, pero dedidido, su espada pirata de espuma y decidió que mataría al horrible barbudo. Renunciaría a todo regalo que no se hiciese a sí mismo. Basta de tonterías. «Ahhhhhh», salió gritando, y empezó a golpear con toda su furia a un hombre vestido de rojo que estaba semi agachado frente al árbol de Navidad.

«Pablo, Pablo, para. ¡Soy yo!», dijo entonces aquel hombre. El chico levantó por primera vez la vista y vio a un señor mayor, gordito, con las mejillas y barbillas enrojecidas, irritadas, y unos ojos amables que le pedía explicaciones. «¿Papa Noel?», preguntó el niño y éste se rio. «Jo jo jo, no, no, no, soy una sardina, es una pesadilla, cabezón... ¡Claro que soy Papa Noel!».

Pablo lo miró más de cerca. No había barba, se la había afeitado por completo, pero tenía el traje, y la risa, y la bondad, claro, y los regalos, ¡tenía los regalos!, tenía que ser Papa Noel. El hombre se agachó a su altura y le aseguró que alguien le había dicho que su barba le daba miedo y que no había tenido más remedio que afeitarla si tenía que ir a su casa. El niño le abrazó con fuerza y le prometió que nunca tendría miedo a las barbas. Papa Noel le dijo que lo sabía y le dio las gracias. Luego le acompañó a su cuerto y le insistió a que esperara a mañana a abrir los regalos.

Eso hizo. No eran ni las ocho de la mañana cuando Pablo corrió al cuarto de sus padres a despertarles y contarles lo que había sucedido. Con las luces apagadas, saltó sobre la cama. «¡Despertar, despertar!», exclamó. Su madre abrió la luz y se incorporó. «¡Qué pasa!», dijo y a Pablo le dio un vuelco al corazón. «¡Qué es este escándalo!», exclamó su padre y Pablo se cayó de la cama, acongojado. Los dos tenían largas barbas blancas. «No te asustes, Pablo, se las hemos pedido a Papa Noel para que no le tengas miedo», dijeron los dos. Pablo nunca les contó que Papa Noel le visitó aquella misma noche afeitado y que ya no le tenía miedo, pero agradeció su esfuerzo.

La Navidad da para tantas historias que se ha convertido en todo un género en sí mismo. Dentro de las mil formas de hablar sobre la Navidad, las irónicamente más populares son las que buscan su lado más extraño, sangriento y criminal. La novela negra se ha apoderado por completo de la Navidad. No existe gran detective que no haya tenido que resolver un caso por estas fiestas, de Poirot a Maigret, Philip Marlowe o al gran Sherlock Holmes. Y no son casos cualquiera, son de los mejores.

Agatha Christie adoraba la Navidad y lo dejó bien claro en dos libros protagonizados por el inspector belga Poirot. en «Navidades trágicas», la escritora se dejó de sutilezas y describió toda una serie de sangrientos crímenes que hizo las delicias de sus incondicionales. Porque la navidad no es época de sutilezas, sino de emociones a flor de piel. También llamada «La navidad de Hércules Poirot», la historia nos presenta el asesinato de un millonario con sus cinco hijos como máximos sospechos en una fría víspera de Navidad.

Sherlock Holmes también se dejó de tonterías en «Las aventuras del carcunclo azul». Arthur Conan Doyle decidió que Watson fuera a felicitar al genial detective las navidades y le encontrara ensimismado en un nuevo caso que incluye un sombrero, una oca o ganso, y una electrizante piedra preciosa. Como no puede ser de otra manera, Holmes encontrará al culpable, pero el espiritu de la Navidad le hará mirar a otro lado y convencer a la policía para que hagan lo mismo.

Si alguien odiaba la Navidad ese era Raymond Chandler, que llegó a escribir en una de sus cartas, «Bueno, la Navidad, con todos sus arcanos horrores, vuelve a estar sobre nosotros». Muchas simpatías, como se ve, no le tenía a estas fiestas y subrayó esta idea con casos como «La dama del lago», en el que Philip Marlowe inicia la investigación para encontrar una mujer desaparecida que acabará por demostrar que la Navidad no exime a nadie de comportarse como un miserable.

Georges Simemon tampoco era un fanático de la Navidad, pero tampoco tenía la misma tirria. En «La Navidad de Maigret» nos presenta al célebre detective que se prepara para ir al cine con su esposa en Nochebuena cuando se presentan dos extrañas jóvenes en su puerta y le hablan de un misterioso caso protagonizado por Papa Noel. A medio camino de la farsa y la crítica de costumbres, la novela es toda una delicia de precisión y encanto.

Los ejemplos, a partir de aquí son múltiples. Muchos han creado incluso una serie completa alrededor de la Navidad, como la polémica Anne Perry. John Grisham puso el toque de thriller en la muy bien titulada «Una Navidad diferente». David Baldacci hizo toda una serie de malabarismos literarios llenos de sorpresas con «El tren de Navidad». YBernard Cornwell sacó todo su talento en «Sharpe's Christmas».

Aunque las dos obras maestras de estas navidades criminales son «Asesinato por Navidad», de Francis Duncan y «Misterio en Blanco», de J. Jefferson Forjeon. Los dos son novelas clásicas inglesas de los años 30 basados en principios del whodunit a la Agatha Christie. El primero nos narra la nochebuena llena de misterios dentro de la típica mansión o casa de campo inglesa. La noche se inicia con el cadáver bajo el árbol de una persona que podría confundirse con Papa Noel. A partir de aquí será todo un auténtico tour de force lleno de sorpresas con un personaje, Mordecai, para recordar. Lamentablemente, todavía no ha sido traducido al castellano. Tendremos que esperar al año que viene, o sino al otro, o sino que alguien se lo pida a Papa Noel.

Un tren se estropea

El segundo título es «Misterio en blanco», de J. Jefferson Forjeon, una auténtica maravilla. Aquí nos encontramos a un tren que se estropea justo en Nochebuena y a una serie de pasajeros que se resiste a pasar una fecha tan señalada en un tren. Todos acabarán en una misteriosa casa de campo en la que los cadáveres empezarán a aparecer por doquier. Con una escritura certera, con látigos poéticos que te dejan descolocado, el escritor se convirtió en el favorito de muchos autores del género, como la gran Dorothy .L. Sayers.

A partir de aquí, la lista es infinita. Si hasta Dostoievsky, Walter Scott o las leyendas artúricas han hablado de Navidad. Stephen King situó su mejor novela, «Pet Sementary», en Navidad. Y Mary Higgins Clarcke tiene dos fascinantes aproximaciones al género. Anne Meredith, Lorna Nocholls, Charles R. Pike, todos son buenos porque la Navidad no es de nadie, ni siquiera de los buenos sentimientos.