Crítica de cine
¿Por qué tenemos tanto miedo a los clones?
Novelas, películas, cómics, incluso óperas han imaginado la duplicación corporal como una afrenta a la individualidad
Novelas, películas, cómics, incluso óperas han imaginado la duplicación corporal como una afrenta a la individualidad
La razón de que tengamos tanto miedo a los clones es la misma de que tengamos tanto miedo al diferente, al disidente, al extranjero, al desconocido. Parece contradictorio, puesto que un clon de nosotros mismos debería ser lo contrario a lo diferente o lo desconocido. Pero así somos, estúpidos. Y más que lo seremos. Todo aquello que no podemos reducir a una categoría de nosotros mismos se convierte siempre en una amenaza. Un animal salvaje es una amenaza puesto que no podemos predecir su comportamiento respecto al nuestro. Un inmigrante, imposible de categorizar en un principio por nuestro desconocimiento de sus constumbres, también es una amenaza, puesto que entonces tampoco podemos predecir su comportamiento respecto al nuestro. ¿Y una reproducción de nosotros mismos? ¿No es sencillo de predecir todos sus comportamientos? En realidad no, ya que somos psicológicamente incapaces de pensar en nosotros mismos en segunda persona. Así que el clon tiene que ser por principio una imposibilidad, una amenaza a nuestro status quo.
La idea es sencilla. Hemos sacralizado la identidad como nuestro bien más preciado. Pensamos que es todo lo que somos y todo lo que podemos ser. Verla repetida, fuera de nosotros mismos, convierte de repente al clon en todo lo que no somos, en todo lo que no podemos ser, y esa es la amenaza. Niega nuestro principio más sagrado, que nuestra identidad «nos identifica», es decir, nos da singularidad. Y a partir de aquí se convierte no en un clon, sino en un monstruo devorador de lo que hemos determinado que somos. Lo mismo ocurre desde la perspectiva del clon, que ve el concepto de identidad como una soga que le niega realidad. Toda la ficción en torno a la clonación, porque hasta ahora sólo ha sido eso, una ficción, narra desde esta perspectiva amenazante o, en otras palabras, de esta estupidez.
Ahora bien, ¿y si hemos comprendido al reves el concepto de identidad? ¿Y si no certifica, casi místicamente, lo que somos? ¿Y si hablásemos de identidad no como lo que somos o lo que podemos ser, sino lo que queremos ser? De esta forma desplazamos psicológicamente la idea de nosotros mismos. Ya no es un sujeto adquirido, o sea un objeto que se piensa, simplemente eso, sino un sujeto que quiere, que busca identificarse no por su pasado, ni por sus recuerdos, sino por su futuro, por sus deseos y voluntad. De esta forma, el clon ya no sería una amenaza per se, no será nunca una contradicción de nosotros mismos. Y desde esta perspectiva nacerán las verdaderas grandes historias sobre la clonación. No hay que tener miedo al yo ampliado, a multiplicar nuestra forma de querer.
Ejemplos prácticos
Una de las primeras novelas en torno a la clonación toma esta perspectiva. En «El mundo de los no-A», de Alfred E. Van Vogt, el protagonista acabará por reforzar su identidad no por lo que ha sido, que acaba perdiéndolo absolutamente, sino reafirmando lo que quiere ser. Así conquista una especie de inmortalidad, pues al no haber sujeto clásico, o sea objeto que se piensa, lo que hay es posibilidad infinita y por tanto amor. Toda elección es un acto de amor y vivir renunciando a nuestra identidad, o sea a la identidad que hemos adquirido por los azares más ridículos de nacimiento, nos abre todas las posibilidades. Y cuando hay todo donde elegir, la diferencia, el acto de escoger, eso es amor.
Otras de las míticas ficciones sobre la clonación es «Un mundo feliz», de Aldous Huxley, aunque aquí lo único interesante es la certificación que sin una identidad binaria, basada en una caduca idea de que hombres y mujeres son esencialmente diferentes, entonces no hay deseo, pues no hay certificación de la propia identidad en otro. Homosexualidad, heterosexualidad, tanto da, todo se basa en un principio binario de atracción a partir de una idea de identidad como unidad última del ser humano. Huxley habla de una sociedad donde la reproducción es clínica, y lo dibuja con horror, cuando no insiste en que nadie se queja porque el deseo ha desaparecido pues ya no sirve para la reafirmación de nuestra identidad. ¿Es lógico entonces que demonicemos a la clonación? Sí, pero no hay miedo que no se pueda superar.
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