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Siempre novísima

La Razón
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BARCELONA- Bajo su mirada lúcida y rebelde, Ana María Moix, la más joven de los «nueve novísimos» y de toda aquella generación exaltada de finales de los años 60, siempre fue una figura insólita. En la noche del viernes moría a los 66 años tras una larga lucha contra el cáncer y aún así, quienes la conocieron, aún la recuerdan como «la nena». Discreta a ojos del gran público, su importancia e influencia en el mundo cultural español fue determinante. Quedan sus libros, por supuesto, pero también el rastro de su pasión e inteligencia en sus coetáneos y todos los que la sucedieron.

El mundo de la cultura quedó por unas horas en estado de «shock» al conocer la noticia. La periodista y escritora Maruja Torres, amiga íntima desde la infancia, no dudó en definirla como una persona «lúcida, clara y rebelde hasta el fin». Recordó lo difíciles que fueron los últimos días, pero su fuerza y sensibilidad impidieron que aquello fuera un mar de lágrimas. «Pasamos grandes ratos compartiendo recuerdos, de amistad y de risas. Sí, de risas, porque Ana detestaba la compasión y, a fuerza de inteligencia e ironía, a veces muy cruda, descargaba todo sentimentalismo», dijo Torres. Sólo tuvo una palabra más: «Lloradla si queréis pero, sobre todo, leedla». Un gran consejo.

Otro de los protagonistas de aquella Barcelona «divina», el editor de Anagrama Jorge Herralde, también tuvo palabras amables para Moix. «Era una agitadora cultural de una ética ejemplar. En los 60, aunque jovencísima, estaba apadrinada por su talento y por gente como Josep María Castellet, Carlos Barral o Esther Tusquets, gran amiga suya», aseguró.

Las miradas cómplices y los buenos recuerdos volverán a repetirse hoy en el tanatorio de Les Corts, cuando a partir de las 14.00 horas se instale la capilla ardiente de la escritora, editora y poeta. «Ha sido una figura insólita, siempre contra las políticas facilonas de las editoriales que sólo buscan dinero», afirmó el poeta Luis Antonio de Villena, compañero de la generación de los novísimos.

«Ha sido, sin duda, una de las primordiales escritoras españolas», sentenció otro compañero de generación, el poeta leonés Antonio Colina. «Era una buena amiga y una excelente persona, algo que no siempre va ligado a la altura de la obra. En ella sí», aseguró. Mientras, Pilar Eyre la retrató como una persona «dulce, cariñosa, tímida, empática, generosa, sensible, inteligente, culta y melancólica».

El mundo de la política tampoco ha querido quedarse al margen del duelo. «Su obra tenía una fuerza crítica y un agudo talento, que hizo de ella un referente de las letras catalanas y españolas «, aseguró José Ignacio Wert, ministro de Cultura. Por su parte, Ferran Mascarell, conseller de Cultura, destacó su «gran fortaleza intelectual».

Ahora quedan sus libros, como su primera novela, «Julia», cuyos tintes autobiográficos pueden abrir los ojos a los no iniciados en su obra. O la fuerza y el compromiso moral de su último trabajo, «Manifiesto personal». O la delicadeza y sensibilidad de «Vals Negro» o los vibrantes cuentos de «Ese chico pelirrojo a quien veo cada día». Sí, lloraremos, pero seguiremos leyendo sus libros.