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Una fiesta de 360 grados despide un Sónar de altura
Duran Duran, FKA Twigs, Rone y Chemical Brothers ponen el broche de oro al festival
Y quedaba la última noche, y eso siempre es especial. El Sónar despedía su XXII edición con la noche más heterodoxa, popular y estimulante de su rico programa. Empezó uno de los platos fuertes, Duran Duran, eso sí, con 20 minutos de retraso. Primero, banda sonora de «Panorama para matar» para calentar el ambiente, antes de que apareciese los chicos, tan jóvenes ellos, o no tanto, pero podría ser peor, podrían ser Spandau Ballet. Simon Lebon, que la última vez que pisó Barcelona se quedó sin voz y sólo graznó durante todo el concierto, tenía una deuda pendiente con la ciudad. Y la saldó con creces, aunque daba la sensación de demasiado tarde. Duran Duran hicieron lo que pudieron por seducir al público. Sólo tenían un problema, no eran más que Duran Duran y en 2015 eso es hablar de dormir en pijama de tres piezas, preparar el samovar y recordarse sin falta de dar cuerda al reloj del abuelo. «Atávicos», dijo cruel un joven con un tatuaje de un pato.
El concierto arrancó por todo lo alto con «Wild Boys», «Notorious», «The reflex» y el decalaje de viejos «hits» no decayó en toda la noche. El problema estaba en su sonido. Parecían un grupo sin líbido, a cámara lenta, que al intentar modernizar sus canciones las hacían más viejas. Estaban tan concentrados en hacerlo bien que lo hicieron bien, pero como esos alumnos de escuela de música en el recital de final de curso. Su madre está orgullosa, pero nadie más. La madre de los Duran Duran estaría orgullosísima. La verdad es que parece cruel que ser viejo sea un defecto, pero en esta ocasión lo fue.
Paralelamente, la que sí sedujo a propios y extraños fue FKA Twigs y su revisión de las sonoridades triphoperas con más atmósferas brumosas y sensualidad. Su presencia escénica es hipnótica y se mueve con verdadera gracia. La diferencia entre ella y Shakira, por ejemplo, cuando bailan es la diferencia entre Martha Graham y un huevo que se cae y se rompe. Cuando, para cerrar su actuación, rescató su «single» «Two weeks», no había quien no sintiese una especie de acunar en la sangre.
A partir de aquí, le tocaba el turno a Chemical Brothers, que volvieron a repetir el concierto del jueves. De nuevo, frenetismo, si existe esta palabra, adrenalina, música ideal para carruseles deportivos, y una demostración de fuerza que no decepcionó a ninguno de sus seguidores, a pesar de que quizá no les hiciese ganar nuevos tampoco. Antes, Erol Alkan cumplió como telonero para preparar emocionalmente a un público que ya llenaba el SonarPub tres cuartos de hora antes de que se iniciase el concierto.
Lo peor de la actuación de Chemical Brothers fue que quien la viese, no vería a la gran sorpresa del festival, el francés Rone y su personalísima aproximación clásica a la electrónica contemporánea. Rone tiene pinta de genio matemático que lo pasó fatal en el colegio y su música suena a esa rabia, a la belleza de los que no se resignan a perder, un pequeño Bach que consigue dar luz e historia y poesía a sus composiciones, y todo ello sin que nadie pueda dejar de bailar.
El que decepcionó un poco fue Flying Lotus, a pesar de que inició el concierto asegurando que había actuado en el Sónar cinco o seis veces, pero que ésta sería la mejor. Por supuesto, su puesta en escena, parapetado por una serie de pantallas transparentes donde se proyectaban imágenes con sus sombra siempre amenazante detrás, fue sobresaliente, pero su planteamiento musical, que necesita inspiración o se pierde en la neutralidad y lo bien, pero bien como mediocre, no consiguió seducir a casi nadie.
En cuanto a los nacionales, Pxxr Gvng, el grupo que ha puesto de moda aquí el «trap» en momentos no parecían más que unos OBK malhumorados, pero sí que consiguieron ir poco a poco ganándose al público. Tal vez en la próxima visita estén más maduros y sepan mejor cómo dirigir su indudable talento. A partir de aquí era tan de madrugada que un joven con un pendiente en forma de pato preguntó «¿A dónde vamos ahora?». Y el pato le contestó «Qué más da, aquí». Hasta a los patos les gusta el Sónar. Hasta el año que viene.
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