Ciencia y Tecnología

Admitir los errores

La Razón
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Todos nos podemos equivocar en un momento u otro, pero cómo reaccionemos ante nuestros propios fallos afectará a nuestra relación con los demás. En ciertas ocasiones, el orgullo o la vergüenza imposibilitan a algunas personas el ser capaces de admitir que se han equivocado y, por lo tanto, comenzar a reparar ese error.

Un compañero me comentó el caso de un empresario que consiguió poner fin a una relación excelente con un empleado de confianza debido a su orgullo. Su subordinado llevaba trabajando con él durante más de veinte años y era su hombre de confianza. Podía contar con él para todo lo referente a producción. El empresario mandó sustituir una de las máquinas por otra más moderna y su empleado le avisó de que el cambio sería contraproducente, que sería un gasto demasiado grande para el poco rendimiento extra que conseguirían. Acabaron discutiendo y, lejos de escucharle, el empresario siguió con su idea. El empleado tuvo razón, la máquina no consiguió aumentar el rendimiento tanto como se previó.

Pese a darse cuenta de su error, el empresario no se disculpó sino que comenzó a achacar la falta de rendimiento por un boicot por parte del empleado hacia la nueva máquina. Éste no podía creer lo que oía y entre ambos se perdió toda la confianza que se había forjado en más de dos décadas de estrecha colaboración. Tras otra fuerte discusión el empleado fue despedido y el empresario perdió tanto el dinero de la máquina como uno de sus mejores empleados. Todo por no ser capaz de admitir un error y comenzar a buscar alguna manera de solucionarlo.

No todas las decisiones que tomamos son las más apropiadas y algunas de ellas ni siquiera son acertadas. Afortunadamente, somos capaces de recapacitar, pensar en qué está fallando y tratar de poner todos los medios para solucionarlo y disculparse si ese error ha traído consecuencias.