Comunitat Valenciana
Asado argentino y fútbol, pasión incondicional
El tiempo se congela frente al asado al igual. que el lanzamiento de un penalti ante el televisor. Llega la hora del «replay»...repetimos sin fin
El tiempo se congela frente al asado al igual
que el lanzamiento de un penalti ante el televisor. Llega la hora del «replay»...repetimos sin fin
No hace falta afiliarse a ninguna ortodoxia gastronómica ni participar en ningún credo futbolístico para mantenerse alerta de lo que ocurre este fin de semana. La sensación puede intuirse al ver los titulares de los telediarios que informan, en directo, de las procesiones aéreas de aficionados argentinos con destino Madrid. Una parte de la vida de millones de personas parece varada, sin remedio, hasta el pitido final de la Copa Libertadores.
No cabe argumento más elocuente para la coartada gastronómica perfecta. Ni siquiera en este tiempo de fibrilación deportiva la movilización al asado argentino se improvisa como preludio del acontecimiento. La cita marcada en rojo en el calendario por nuestro amigo Matute nos sirve de convocatoria. Un día antes del encuentro entre River Plate y Boca Juniors nos invita a un asado argentino.
La gastronomía y el fútbol son escenarios de vitalidad y de inspiración con un ejercicio de re-incidencia cotidiana. Lejos de las emociones no hay una finalidad táctica. Aunque, a veces, la memoria del paladar guarda más de lo que le conviene. Tras la irrupción de la empanada de carne, el paladar late desbocado, a ritmo del aficionado que busca su entrada sin descanso. Hipnotizados por los chorizos criollos, sin confusión alguna, nos embriagamos de sabores.
El asado se convierte en un ejercicio de realidad gastronómica que vigoriza la moral de los aficionados. Les concede el suficiente oxígeno para arraigarse en la posterior tertulia deportiva. Es como un bajo continuo que acompaña de fondo.
El asado argentino suele ceñirse a un ilimitado metraje de sabores y sensaciones que confirman su trayectoria desde el primer minuto. La calidad de la carne, los cortes, la sal y la dicotomía entre la leña o el carbón nutren la conversación donde estamos en permanente «off side». En la parrilla hay de todo, chorizos criollos, lomo bajo, bife de chorizo, tira de asado, matambre, vacío, entraña, en comunión perfecta con el fuego sin quemarse por el resultado final.
Los partidos de fútbol al igual que las sobremesas no tienen revancha, aunque son motivo de sofoco «gourmet» y de innumerables polémicas, solo continuidad en busca de una segunda oportunidad. Los sentimientos gastrónomos y el forofismo futbolístico son cuestiones intangibles, cuestión de sabores y colores preñados de manifiesta subjetividad, imposibles de medir, que nos abruman hasta el último minuto.
No hay intermediario posible entre el aficionado que tiene hambre de fútbol y el gastrónomo saciado de éxitos «gourmets». El pasado lejano frente al paraíso presente. Rememoración meticulosa de menús históricos consumidos y alineaciones olvidadas.
Simultáneamente somos testigos y beneficiarios de esa desmesura. Testimonios espontáneos lo recrean. «Esto no se puede explicar, hay que vivirlo, hay que sentirlo, entendés». La liturgia del asado se convierte en un espectáculo de maciza identidad mientras alzan sus voces varios aficionados argentinos con desmayado entusiasmo. Por lo vivido, hay pasiones que atraviesan intactas varias generaciones.
El tiempo se congela frente al asado al igual que el lanzamiento de un penalti ante los televisores. Llega la hora del replay...repetimos sin fin. Inapelable, nos desborda con incontenida locura gustativa. Hay más que motivo para pedir el «gastro(v)ar».
El final de la sobremesa es la prueba fehaciente de que todo se resuelve en el tiempo complementario o por penaltis gustativos. Los excesos gastronómicos no pueden ser sometidos a ningún juicio ya que en ocasiones como estas se imponen con rotundidad. El postre apunta a una coreografía fantásticamente edulcorante. No es necesario ningún goloso pretexto para acomodarse al fantástico dulce de leche y a los alfajores que no nos dejan indiferentes.
Comenzamos a implementar tácticas cortoplacistas. Nos aproximamos al final tras más de 90 minutos de fantástico encuentro gustativo. Pues parece que habrá prórroga. Por fortuna, la convivencia de los licores y el mate no erosiona la porra encubierta de la final.
La gastronomía y el fútbol levantan pasiones, de manera paralela, sin buscar coartadas. Al final, el paladar se impone por goleada al corazón deportivo. El mensaje es simple, en realidad (no) importa el resultado. Asado argentino y fútbol, vasos comunicantes, pasión incondicional.
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