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Fútbol & Gastronomía: el resultado importa y las consecuencias también

Del optimismo a la incertidumbre. Las derrotas no pueden afectar a alternar en su restaurante favorito. Contra la fugacidad de las emociones deportivas sólo tenemos una vida gourmet y no hay ensayos

El resultado del partido hay saber asumirlo en compañía de amigos/ Braulio Sabido
El resultado del partido hay saber asumirlo en compañía de amigos/ Braulio Sabidolarazon

Con el otoño en pleno apogeo cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Cuando los equipos pequeños se comen al grande y el eterno rival se merienda, en pleno tardeo, al equipo del alma, el consumo se desvanece. Que la suerte o la deriva de los clubs de fútbol marquen determinadas jornadas que afectan decididamente a nuestra agenda gastronómica es un símbolo, llegados a este punto, (i)lógico. Los aficionados deben abstenerse y ser convencidos de que fútbol es fútbol (dixit Vujadin Boskov) y nada más.

Las debacles deportivas dan paso a los cabreos de algunos aficionados, disgustos donde todo se espesa, enfados donde las relaciones se empastan y las actitudes se confunden. Por uno u otro motivo, el fin de semana gastronómico, a veces, se presenta inestable. Algunas reservas realizadas se vienen abajo mientras aparecen las deserciones de varios comensales.

Todos sabemos lo que sucede a ciertos aficionados después de la derrota. Náuseas matutinas, ardor de estómago permanente y contracciones vespertinas fruto del forofismo extremo. La experiencia nos prepara para afrontar ese temido momento. La inestabilidad de los tiempos deportivos que corren tampoco nos ayuda. ¿Cómo cambiar esta situación?

A veces es difícil lidiar con las expectativas de los aficionados. Es un reto, pero lo aceptamos. Deben aprender la manera de sacárselo de la mente y distanciarse de la presión y del escrutinio público, darse cuenta que sólo es un juego. Conforme avanza el partido envían señales claras sobre su disposición negativa a participar en la cena reservada. Aunque no debemos descartar un gesto de última hora que fomente la «gastro deportividad» preferimos no albergar esperanzas.

Tras el pitido final, se retratan coartadas de manera clara. Una conversación telefónica en formato, ping pong desalentador. «Conmigo no contéis para cenar, no me apetece». Para evitar la sobremesa malograda, sin aureola gustativa, se establece la operación de auxilio al aficionado frustrado, reclamado por su resistencia a presentarse en el restaurante. En un (in)disimulado afán por complacer las demandas del socio frustrado retrasamos la cena. El negociador tarda 90 minutos, con prorroga incluida, en convencer al comensal encerrado en su disgusto.

No es fácil entender, desde el prisma del aficionado de a pie que las ambiciones gastrónomas, los sueños gustativos y las aspiraciones culinarias sustentados en posibilidades reales, no deben verse afectadas por culpa de las veleidades de un (in)explicable fanatismo intrínseco.

Las derrotas no pueden afectar la fidelidad de la inmensa mayoría de los aficionados a alternar en su restaurante de cabecera. El fútbol ofrece una vivencia compleja, una variedad de estímulos más allá del resultado, que nos debe permitir asumirlo en compañía de amigos y rivales ante un vermú, un aperitivo y rematarlo con un homenaje gastronómico en una sobremesa a puerta cerrada.

No debemos mezclar el ideario futbolístico que manda en el fútbol profesional, que roza en ocasiones el partidismo vacuo y superficial, con los hábitos hosteleros y sus tertulias que nos arrojan algo más de luz que las explicaciones superficiales, en no pocos casos, de las supuestas estrellas.

La distopía de un mundo constreñido por la imposición de las actitudes según se desarrollen los resultados deportivos, a favor o en contra, nos esclaviza desproporcionadamente hacia todo lo que nos gusta.

Otros abogan por que la comida se convierta en el tercer tiempo, al igual que en el rugby. Sin caer en una corriente de prejuicios y frases hechas sin cartelitos explicativos ya es demasiado tarde para esa utopía.

La infiltración del resultado en las conversaciones de la comida debe ser asumida con naturalidad sin caer en el comentario excluyente. El rechazo al prójimo comensal para evitar ser cuestionado por el mal resultado no es asumible. Tarde o temprano, los acontecimientos posteriores nos enseñan que somos seres finitos y vulnerables pero capaces de aceptar mucho más de lo que imaginamos.

Hay que rentabilizar la herencia del sentido gastrónomo común y evitar las sobremesas lastradas por excesos de redundancia futbolística. Ningún desasosiego deportivo puede o debe alterar las ganas hosteleras. Contra la fugacidad de las emociones y los sentimientos deportivos sólo tenemos una vida gourmet y no hay ensayos.

Las ánimas difuntas por los resultados de su equipo se convierten en reos del purgatorio comensal mientras las derrotas fastidiosas estimulan al abandono de la sobremesa comprometida. Créanme, sé de lo que hablo, esto cada vez es más habitual así que empecemos desde el principio. Fútbol & Gastronomía, el resultado sí que importa y sus consecuencias también.