Gastronomía
Mercado central, armonía centenaria
La compra se convierte en un escrutinio matutino, puesto a puesto, donde los clientes son rehenes de la variedad de productos
Con el otoño amable cediendo el testigo a la seria temperatura invernal, un grupo de turistas japoneses hacen sus deberes sin posibilidad de tomar posiciones, en un abrir y cerrar de ojos, en la fachada principal del centenario Mercado Central que facilita la vorágine gráfica.
Más allá de la exactitud descriptiva e histórica que son capaces de aportar las fechas que argumenta la sonora guía y la manifiesta espectacularidad modernista que convive con la ornamentación alegórica interior, el Mercat es un tesoro cualitativo inagotable donde difícilmente no se encuentra el producto deseado.
El amplio despliegue de la oferta es una baza ganadora para atemperar la compra galopante del grupo de visitantes nipones que nos precede. Exaltación cualitativa destinada a la glorificación clientelar del orgullo «gourmet» hispánico. Los titubeos del arranque inicial provocados por la majestuosa cúpula dan paso a la compra perfecta cuyo techo no se adivina.
La visita al Mercado Central es una apuesta segura cotidiana sin enigmas cualitativos. Los pasillos representan una pirámide de hospitalidad que ciega nuestro destino hacia el puesto habitual. La tormenta visual cortocircuita nuestros paladares de manera estimulante.
Hablamos de un mercado en el que se refleja la necesidad de observar y escuchar en busca de la empatía natural. Un rápido repaso visual hace evidente porque deja perplejos a todos. Sin duda, el mágico equilibrio entre el continente y el contenido. Los cinco sentidos señalan el mismo camino para cimentar una compra feliz. El Mercado Central es una rareza en este mundo comercial desacralizado por el crecimiento exponencial de los supermercados. Representa el último refugio frente a la rutinaria trivialidad de las compras en las grandes superficies. La calidad se asoma cotidianamente a esta pasarela valenciana copada por celebridades comestibles y «delicatessen» de referencia obligada: los puestos de frutas, verduras, carnes, charcutería, salazones, conservas, quesos, dulces, etc, brillan con luz propia. Las calles se transforman en un horizonte de interrogaciones, para averiguar dónde comprar de manera insoslayable. La presencia de las pescaderías nos atornilla a los mostradores, con intenciones manifiestas, mientras observamos los movimientos de los deseados mariscos, donde reina la irreprochable gamba roja como especie de culto para los turistas que nos visitan.
Historias legendarias que conforman la jerarquía simbólica de una institución centenaria con voz propia: niño bonito de am@s de casa, despensa universal de gourmets, cobijo permanente de postulantes a productos «delicatessen», refugio transparente de gastrónomos maniatados por su querencia a los productos locales y socorro conseguidor para restaurantes de alta cocina.
La mitología del Mercat se transmite por el viejo método del boca a boca. Hay vendedores que nacen con un sino y se comprometen con él durante toda su vida. Y si además están tocados por un don comercial, la calidad se supone, y se encargan de transmitirlo a sus clientes, su contribución para la posteridad está mas que justificada.
La historia centenaria guarda un hueco en su memoria para los miles de clientes que han pasado por su edificio. El paseo se convierte en un escrutinio matutino, puesto a puesto, en busca del usufructo emocional de pretéritas compras. Nos acompaña la tía Lolín, toda una vida visitando en cuerpo y alma su Mercat. Nos dejamos envolver por la nostalgia sonora de la perdurabilidad de aquellas visitas de nuestros mayores, cuya influencia llega hasta nuestros días. El fantasma de nuestros antepasados corretea por los pasillos susurrando consejos al oído. Ya se sabe la sabiduría nacida de la experiencia es mas consistente y de mayor utilidad que la sabiduría aflorada por inducción.
Hoy por hoy, cerca de 300 pequeños comerciantes conforman este mercado único, pionero, solidario y singular. Proclamamos a modo de consigna que la visita se convierte en una victoria mayúscula que produce efectos de plena satisfacción. En tiempos como los que corren, donde las compras a golpe de dispendios rutinarios copan nuestra cotidianidad disfruten de un estatus autónomo durante un paseo por el Mercado Central. Hay motivo. ¿Quién ofrece más?
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