Educación

Adolescentes y maltratadoras

Las chicas ya representan el 36% de los menores internados en la Comunidad por agredir a sus padres. En el resto de delitos, las niñas no llegan al 14%. La mitad de ellas han sido testigo de violencia en el hogar

Los menores denunciados por sus padres por agresiones son tratados en el Centro de Menores Infractores El Laurel
Los menores denunciados por sus padres por agresiones son tratados en el Centro de Menores Infractores El Laurellarazon

El empujón, la patada, el cenicero a la cabeza no vienen de repente. Hay muchos escalones antes de llegar a la violencia física. «Se empieza con las ironías, las malas contestaciones, los desprecios, insultos que van "in crescendo"... Cuando un menor llega a agredir a su propia familia es porque los adultos no le han establecido límites a tiempo en oportunidades anteriores». Lo explica María Migallón, subdirectora del centro de menores infractores El Laurel, especializado en chavales a quienes un Juez del Menor les ha impuesto una medida de internamiento tras haber cometido un delito de malos tratos en el ámbito familiar. La particularidad de este centro es que, aunque sigan siendo mayoría los chicos, la presencia de mujeres es muy superior al del otro tipo de delitos. En el maltrato familiar, un 36 por ciento de los menores son chicas, frente al 14,2 por ciento de presencia que tienen en el resto de centros. El año pasado, 82 jóvenes pasaron por este centro, al que no es sencillo adaptarse a pesar de la profesionalidad de sus trabajadores. Y es que lo primero que tienen que asumir estos chavales es que han sido denunciados por sus propios padres, algo muy traumático para ellos, según explica Migallón. «Las familias, antes de denunciar, ya han buscado otras alternativas, bien psicólogos, si pueden permitírselo, o servicios sociales, quienes tienen menos recursos. Acuden a la Policía o al juzgado cuando ya se les ha ido totalmente de las manos». Al contrario de la idea generalizada que pueda extir en torno a estos «rebeldes» y maltratadores en potencia en la edad adulta, no son no sólo llegan jóvenes de familias desestructuradas, si bien el 36 por ciento de los menores sólo viven con su madre. «El nivel económico y cultural es muy superior a otros delitos», destaca la subdirectora. Pero ¿por qué pegan ahora más las chicas? Los expertos señalan que estamos asistiendo a un cambio de tendencia. De la misma forma que antes era impensable que los menores pudieran faltar el respeto a sus progenitores o a sus profesores, también lo era que una mujer maltratase a un hombre. Ahora, desgraciadamente, ocurren ambas cosas y la violencia ejercida por una menor bien hacia sus padres o hacia su pareja ha comenzado a destacar de forma peligrosa. Los piscólogos lo califican como un nuevo ejemplo de «fracaso social».

Algo que dejan muy claro desde El Laurel es que la mitad de los chavales que ingresan allí han sido testigos de violencia en su casa y lo que hacen son conductas aprendidas. «Normalmente, el problema de la agresividad lo arrastran desde hace varios de años y, desgraciadamente, suele ser o porque repiten patrones o porque en ese hogar no se han establecido los roles de la forma más adecuada», explica Elena, una de las trabajadoras sociales del centro.

De hecho, uno de los pasos más complicados en la terapia particular que desarrollan con cada menor es el trabajo con las familias. Elena asegura que «es muy duro aceptar que llevas 17 años siendo mal padre o mala madre. Les cuesta más aceptarlo a ellos que a los propios hijos. La parte de autocrítica de los adultos es la más delicada del programa». Los educadores aseguran que «la familia tiende a depositar toda la responsabilidad de lo ocurrido sobre el menor, y no es así». Tal es la importancia de que asuman esa parte de culpa que «cuanto más implicación haya por parte de la familia más se impica el menor y antes cumple los objetivos marcados». Y es que no sólo repiten patrones de violencia. Una de cada diez familias cuenta con antecedentes delictivos y en casi una de cada tres familias hay consumo de tóxicos. Porque otra de las conductas que comparten la mayoría de estos menores antes de ingresar en el centro es el consumo de alcohol, tabaco y cannabis. El Programa de Maltrato Familiar desarrollado en El Laurel se desglosa en varias fases. Actualmente hay 34 menores con distintos regímenes (cerrado, semiabierto o abierto) a quienes se aplican distintos programas: maltrato familiar, violencia en la pareja o paternidad responsable, ya que muchos de los internos ya son padres a pesar de ser menores.

Al llegar al centro, ubicado en la carretera de Colmenar, el joven debe adaptarse al régimen disciplinario, estudiar educación básica (suelen presentar un desfase curricular de un año) o el área formativa específica y en su programa específico. El equipo de profesionales que trabaja con cada menor evalúa constantemente la conducta del chaval. Los informes que revisa la dirección del centro son enviados al juzgado que le impuso la medida para determinar el cambio de régimen o el establecimiento de la libertad vigilada. La baja cifra de reincidencia de los menores que pasan por el centro (2,43 por ciento) avala el programa desarrollado por la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor (ARRMI), organismo dependiente de la Consejería de Presidencia y Justicia de la Comunidad de Madrid.

El perfil del menor que agrede a sus padres

15 años, español y «porrero»

El perfil del menor maltratador en el ámbito familiar es muy diferente al de los jóvenes que están internos en otros centros de menores. Aparte de que hay un claro repunte de mujeres, en El Laurel la edad media en el momento de internamiento es claramente inferior a la media. Un 22 por ciento de los chicos tienen 15 años en el momento de su ingreso, frente al 7,4 por ciento que representan en el perfil general. En el caso de los menores de 14 años, la relación es de 9 por ciento frente al 1,5%. Además, el menor que ejerce el maltrato familiar es principalmente de nacionalidad española (el 81 por ciento) y suelen ser grandes consumidores de tóxicos. Normalmente tabaco, alcohol y, sobre todo, cannabis. En menor proporción, también toman cocaína, éxtasis o alucinógenos. En una de cada tres familias también existe un consumo habitual de tóxicos. Los núcleos familiares en los que se desarrollan estos menores en el momento de las agresiones son familias monoparental con ausencia de padre (36%), familias nucleares tradicionales (35%) y familias reconstruidas con la madre y una nueva pareja de ésta (22%). La distribución de hermanos no dista de la media pero sí llama la atención que el 8% de estos menores sean adoptados.