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El Ayuntamiento explotará los recursos de la finca de Torre Arias

Se replantarán los viñedos, olivares y almendrales históricos y se donarán los frutos a entidades benéficas. En los próximos días comenzará la recuperación por fases de los jardines para abrirlos por primera vez al público en verano

Hay dos invernaderos, uno moderno y otro del siglo XIX
Hay dos invernaderos, uno moderno y otro del siglo XIXlarazon

Uvas de la condesa. Almendras Torre Arias o aceite de la quinta. Para recuperar la esencia de la que fue en su momento una de las fincas más importantes de Madrid, el Ayuntamiento va a restaurar y repoblar las plantaciones históricas de la parcela que, a finales de 2012, heredaron los madrileños en virtud de un convenio firmado por los propietarios, tras la muerte de doña Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno.

Así, en las 16 hectáreas de la quinta se replantarán los olivares, viñedos y almendrales que se cultivaban para el consumo de los propietarios y sus trabajadores y también para comerciar. De hecho, la finca era una auténtica explotación agraria y ganadera, puesto que contaba con huertos, invernaderos, una cuadra y una vaquería que producía leche y productos lácteos.

«No sabemos si utilizaremos variedades que no produzcan frutos, pero la intención es recuperar los frutales, viñas y olivos que tenía la finca para recrear lo mejor posible cómo era», explica el subdirector general de Parques y Viveros del Ayuntamiento de Madrid, Santiago Soria, que explicó que, «en caso de que produzcan fruto, se donará a instituciones benéficas».

Visita exclusiva

Soria guió a LA RAZÓN en un recorrido singular por el futuro parque que, ya en verano, podrán disfrutar los madrileños. El estudio previo de la situación de la zona forestal ya ha concluido y tan sólo falta la última luz verde para comenzar los trabajos que permitirán su apertura al público en unos meses. «Lo principal es tomar las medidas de seguridad necesarias para que se pueda abrir, porque ahora hay muchas zonas peligrosas», detalla Soria.

Y no es para menos, a apenas cien metros de la entrada, en el camino flanqueado por hierba de más de un metro de altura, hay varios árboles caídos que hay que sortear para poder continuar. También hay hierros que revelan la ausencia de un adorno en uno de los puentes que cruzan los arroyos, ya secos, de la finca y que creen que proceden de los viajes del agua –o Mayrit, término árabe que es el origen del nombre de Madrid– del Abroñigal Alto. «Hace años la grafiosis destruyó la mayor parte de los olmos, también los cedros sufrieron el abandono de los últimos años y apenas quedan algunos pinos en buen estado», detalla el subdirector de Parques y Viveros, que añade que hay restos muy buenos de setos de boj y rosal banksia, así como laureles y olivos.

De este modo, las primeras labores serán retirar todo lo muerto, incluso en el exterior de los caminos, hacer podas de seguridad y desbrozar «porque esto es un polvorín», asegura Soria. A esto se añade recortar y eliminar las malas hierbas y proteger arquetas de riego, el acceso a los estanques y cegar pozos que ahora son fáciles de abrir. También se harán cortes de seguridad porque hay caminos que ni siquiera se ven y que llevará más tiempo abrir al público.

«Queremos abrirlo cuanto antes y luego iremos restaurando y arreglando cada zona por partes», explica. Esta política, denominada «conservar restaurando», se utiliza en muchos inmuebles del patrimonio artístico precisamente para evitar su deterioro por abandono. Por ejemplo, los dos invernaderos con los que cuenta la finca, uno moderno y otro del siglo XIX, quizás no estarán accesibles en un primer momento, pero después se restaurarán para devolverles su esplendor. En ellos se pueden ver todavía cómo se cultivaban los lirios que adornaban los caminos del jardín histórico de la finca.

Catalogación

«También catalogaremos los árboles e inventariaremos todos los elementos históricos que vayamos encontrando», señala el subdirector de Parques y Viveros, puesto que hay varios árboles centenarios que, a su vez, necesitan podas controladas para que no acaben caídos con el paso del tiempo y el peso de sus ramas y se instalará un sistema de riego eficiente que permita el paso del público sin problemas, puesto que ahora hay grifos ocultos entre la hierba que pueden provocar heridas a quien tropiece con ellos.

Los caminos se conservarán como están, aunque nivelados y cubiertos de gravilla para que la lluvia no haga surcos. «Hay acequias en los laterales que se utilizaban para canalizar el agua del riego y de la lluvia que recuperaremos», asegura Soria, que indica que, una vez terminada esta puesta a punto «exprés» y con el parque ya abierto, se decidirá qué hacer con los elementos singulares. «El jardín histórico está perdido, pero queremos recuperarlo», afirma señalando un camino de lilas a punto de florecer que lleva a una mata de zarza que una vez fue la parte noble de la quinta. Ejemplos de ello son el gran rosal que oculta un increíble cenador al aire libre, o la piscina industrial y el «chalé» prefabricado que utilizó la condesa los últimos años debido al deterioro de la casa principal y que todavía no se sabe si se va a mantener o desaparecerá, aunque, por seguridad, probablemente cubran el vaso de la piscina. «Por suerte, el edificio está bien estructuralmente y, aunque ahora lo cerremos para que no se pueda acceder al interior, desde fuera se puede disfrutar sin peligro», señala Soria, que asegura que Torre Arias será más bonito que El Capricho y que cualquier otro parque de la capital.

Investigar su historia

Con su apertura y restauración, el Ayuntamiento de Madrid también quiere conocer a fondo la historia de la quinta de Torre Arias, citada por Benito Pérez Galdós como «una de las cuatro esquinas más celebradas de los alrededores de Madrid, nacida del capital abundante y de la paciencia». Aunque ya han reconstruido retazos de sus orígenes, lo que allí sucedió y el uso que se daba a los terrenos y a la casa no se conoce en profundidad. «Sabemos que aquí estuvo el archiduque Carlos en la guerra de Sucesión o que la visitó Isabel II y que la familia Pérez de Guzmán el Bueno fueron sus propietarios, la vendieron y luego la compraron otra vez», explica Santiago Soria. Sin embargo, no se conocen los detalles de todas las compraventas de la finca y cómo se utilizaba. «Por las bases de las lámparas sabemos que había fiestas nocturnas y queremos estudiar cada elemento para descubrir su historia», añade.