Política

Sin techo

El campamento nómada de Campamento

Un asentamiento romaní desconcierta a los vecinos al ocupar y desocupar un solar a su antojo.

El campamento «aparece» en ocasiones en un solar entre edificios en construcción situado junto a la A-5. En otras ocasiones, su pobladores se refugian en un paso bajo la carretera
El campamento «aparece» en ocasiones en un solar entre edificios en construcción situado junto a la A-5. En otras ocasiones, su pobladores se refugian en un paso bajo la carreteralarazon

Un asentamiento romaní desconcierta a los vecinos al ocupar y desocupar un solar a su antojo.

Un «asentamiento» gitano de Aluche (distrito Latina) se ubica dentro del triángulo que dibujan la calle de Antonio Urosa, la Avenida de los Poblados y la A-5... o no. Aquí, la comunidad romaní deambula fiel a su definición como un pueblo que ni tiene ni quiere un territorio. «Hace media hora, viniendo para acá, me he encontrado a cuatro entre esos jardines de ahí, recogiendo unos cartones; corre, ve, que a lo mejor les pillas», azuza un vecino, a esta periodista. Al llegar, el punto señalizado está desierto a excepción de unos chavales fumando en un banco. «Por aquí no hemos visto a nadie». Y es que, un día los ves, amontonando enrejados y varas de hierro; pero, al otro, han desaparecido sin dejar rastro.

Hace unos meses que localizaron este poblado gitano. Decenas de familias fueron divisadas durmiendo bajo el paso peatonal subterráneo de la autovía, otras, cocinando en perolos enrobinados. Diversos vecinos, guardas de seguridad y técnicos de limpieza urbana aseguran haber visto los chamizos, no obstante, cuando se las busca, las chabolas no aparecen. En algunos relatos está presente cierto factor misterioso o fantasmal: «Encontré, el otro día, restos de hogueras –utilizan fuego para cocinar–, pero nada más».

Decidimos realizar una expedición por la avenida del Padre Piquer, dirección A-5. El barrio está conformado por hileras de bloques con zonas comunes ajardinadas, todas ellas cercadas y, en cada valla, una placa: «Propiedad privada». «Jamás se han colado en las casas», asegura un lotero. Como él, buena parte de los residentes rompen una lanza a favor de la comunidad: «Son personas pacíficas y la mayoría no tenemos queja». Eso sí, el descampado donde suelen hacer noche está tan cerca de los pisos residenciales que «algunos les vemos a través de la ventana, ahí, haciendo sus necesidades. Y lo hacen con toda naturalidad, además. No les importa nada, ni nadie. Son... “libres”, tienen su propia cultura». No obstante, los hay que sí prefieren la comodidad de un cuarto de baño. El encargado de la seguridad de un supermercado relata cómo «entran, cogen un par de aceitunas de la sección de frutería, se las comen, tiran los huesos dentro y pasan a los aseos». A pesar de lo cual, también sale en su defensa: «Nunca han montado mayor altercado que ese».

Proseguimos nuestro camino y, de manera paralela a la carretera de Extremadura, encontramos una valla metálica, rajada de arriba a abajo. Hay que atravesarla para acercarse al primer y único indicio de asentamiento: un par de carros de supermercado aparcados contra el vallado, con varios trastos acumulados; restos de quincalla, una palangana y bombonas de agua de abastecimiento público –embotelladas por el Canal Isabel II, en teoría, para atender emergencias y cortes en el suministro–; un bote vacío de gas propano, restos de madera carbonizada...

Algunos juguetes y una pequeña botita indican que vivían con niños de entre tres y cinco años. Son el zapato y una olla, todavía con restos de comida en ella, las únicas señales que delatan que quienes convivieron aquí, se fueron con prisas pero que, hace días o incluso horas, formaban parte de los aproximadamente 12.000 residentes que viven literalmente pegados a este tramo de la A-5. La afortunada fotógrafa, verdadera testigo de excepción, ha dejado fiel constancia del hecho.

¿Por qué se fueron? En la comisaría de Policía Local aseguran a la arriba firmante que ellos no han tenido nada que ver. Quizá fue el ruido. Por un lado, el del tráfico que raya el límite de peligro que marca la Organización Mundial de la Salud. Por el otro, el de las obras que han comenzado a realizar los propietarios de esos terrenos, que pertenecen a dos promotoras. No obstante, ni la construcción de estas viviendas, ni la del acceso de la Avenida de los Poblados con la A-5, tienen por qué suponer necesariamente su desalojo permanente, ya que sigue quedando una porción de albero.

«La cuestión es si el Ayuntamiento tiene o no intención de urbanizar esa zona con aceras, farolas y árboles o dejarlo como está», expresa un futuro vecino de Altos del Pilar. También si la Junta Municipal de Distrito o el equipo de Gobierno de Carmena mantendrá un seguimiento o no. Y si este pueblo errante se ha visto forzado, de nuevo, a buscar otro lugar... o no.

Desde el consistorio aseguran que el Samur Social hace seguimiento de éstos nómadas, si bien en el momento de la consulta desconocían la ubicación exacta del campamento.