Comunidad de Madrid

La (cruda) cara B de los mercadillos

Ropa, alimentos y todo lo que quede por el suelo lo aprovechan las personas que aguardan al final de los mercadillos (en la imagen el de Villa de Vallecas) para poder llevarse algo a casa
Ropa, alimentos y todo lo que quede por el suelo lo aprovechan las personas que aguardan al final de los mercadillos (en la imagen el de Villa de Vallecas) para poder llevarse algo a casalarazon

Los comerciantes aseguran que han descendido, pero todavía decenas de personas aguardan a la recogida de los puestos en los distritos más humildes para llevarse la comida que queda abandonada.

Los mercadillos son un signo de identidad muy característico de la capital. Cada día de la semana podemos ver cómo las calles de los diferentes barrios de Madrid se llenan de puestos de fruta, ropa, bolsos, bisutería o juguetes, para que los vecinos se acerquen y hagan sus compras mientras se encuentran con su vecinos o charlan animadamente con los dependientes de los puestos que venden sus productos con divertidas rimas que entonan al paso de los transeúntes. Pero no todo en los mercadillos es alegría. Cuando terminan, alrededor de las dos de la tarde, comienza la segunda parte, en la que se encuentran las personas menos favorecidas, que aprovechan el ir y venir de los dependientes de los puestos mientras recogen su mercancía para coger la comida que se les ha caído al suelo durante la mañana mientras la vendían o que la han descartado porque tuviese algún tipo de defecto.

El perfil de la gente que acude al cierre de los mercadillos a recoger los productos sobrantes de los puestos es muy variado: se puede ver a madres con sus hijos pequeños, a mujeres de mediana edad solas y a ancianos de ambos sexos. Lógicamente esta escena no se da por igual en todas las zonas de la capital. Donde más gente se puede ver recogiendo la mercancía sobrante de los puestos de los mercadillos son en las zonas de Puente de Vallecas, Plaza Elíptica o San Blas. En el caso de los pueblos de la Comunidad de Madrid es más difícil, ya que son lugares más pequeños en los que todo el mundo se conoce, y en el caso de los barrios de la capital, en muchas ocasiones las personas que acuden para llevarse lo que nadie ya quiere no son de ese mismo barrio, sino que se han desplazado hasta allí para evitar encontrarse con alguien conocido.

«Si dejan alguna cosa, la cojo»

La mayoría de estas personas evitan pronunciarse sobre los motivos que las han llevado a esta situación, y los pocos que lo hacen justifican su presencia allí alegando que «la comida que tiran está bien, solo se les ha caído al suelo y es una pena». Pero no sólo es comida lo que encuentran, muchas veces también buscan ropa que se ha caído accidentalmente y ha sido pisoteada en el transcurso de la mañana. En ningún caso reconoció ninguno de los allí presentes estar pasando por una situación de necesidad. «Si tiran alguna cosa, para que se quede ahí pues la cojo», comentó un anciano que se jactó de haber vuelto a casa algunas veces «con la bolsa llena». El mismo señor también afirmó que en alguna ocasión si ha visto algo «que estaba bien» en algún contenedor y estaba a su alcance lo ha cogido y se lo ha llevado a su casa. Los que son reacios a explicar qué les ha llevado a esta situación pasean mientras tanto entre los restos de los puestos, no hay peleas entre ellos, no son muchos, y parece que cada uno respeta la parcela del otro.

Es probable que exista una ley no escrita por la que el que llega antes se queda con el trozo de calle en el que más comida se haya desperdiciado, y muy lentamente caminan de un lado para otro con la cabeza agachada, bien para ver qué más pueden encontrar o bien por vergüenza ante la situación que les está tocando padecer.

En el otro lado de esta escena de miseria se encuentran los dueños de los puestos. Un «bando» en el que hay posturas encontradas. Algunos, como Antonia, que regenta un puesto de fruta junto a su marido en el mercadillo de San Blas, dice que no van «a sacar beneficio. Si hay alguien que se la quiere llevar pues ahí se queda», asegura mientras recoge en una caja la fruta que sabe que no va a vender y la deja en un lado apartada. Esta tendera también reconoce que muchas veces descarta algunas piezas sólo por su mal aspecto: «Algunas están feas y la gente no las compra, pero se pueden comer perfectamente». Además, Antonia afirma que en los últimos años la situación ha ido remitiendo. «La verdad que antes se veía más gente, hace tiempo venían muchas más personas», afirma. Incluso hace años algunas personas le preguntaban si les podía reservar la fruta y la verdura que no fuese a vender. «Me decían que si podía guardársela en una bolsa para así asegurarse de tener algo y yo les decía que no porque entonces tendría que hacerlo con todos», explicó. Sin embargo hay otros dependientes que ni siquiera reconocen que el hecho de recoger la comida sobrante en los mercadillos sea una práctica habitual a pesar de que la actividad es más que evidente. «Aquí no pasa nada de eso, casi no se tiran cosas, son cosas que se inventan», comenta Manuel, que regenta un puesto de aceitunas en el mercadillo de Plaza Elíptica y que parece que no se ha percatado de la situación que se vive cada mañana en los barrios obreros de la capital que parece que desaparecerá dentro de poco, afortunadamente para todos.