Caridad

La parroquia, el cambio

Desde la iglesia de San Juan de Dios se ofrece a las familias sin recursos mantas, comida y hasta clases para alejar a los niños de la droga.

Gonzalo Ruipérez, el párroco de San Juan de Dios, junto a los niños de las familias a las que ayuda en el barrio de Santa Eugenia
Gonzalo Ruipérez, el párroco de San Juan de Dios, junto a los niños de las familias a las que ayuda en el barrio de Santa Eugenialarazon

Desde la iglesia de San Juan de Dios se ofrece a las familias sin recursos mantas, comida y hasta clases para alejar a los niños de la droga.

La labor de Gonzalo Ruipérez como párroco del barrio de Santa Eugenia va más allá de las horas de culto, y los vecinos se lo reconocen a cada paso que da por los alrededores. Los niños se funden en un sincero abrazo con él cuando acuden a la iglesia, lugar de encuentro para los talleres extraescolares, y los adultos no pierden la ocasión de saludarle cuando pasea por las calles de esta zona de Villa de Vallecas. El templo ya se encuentra decorado para la Navidad: gran árbol preside la entrada y junto al altar se puede contemplar un belén. Para celebrarlo, el próximo 6 de enero los fieles repartirán siete mil juguetes entre los niños de los alrededores.

En el día a día, cerca de un centenar de chavales de entre siete y catorce años acuden a las actividades que gestiona el sacerdote, que las programa con la intención de que los adolescentes no caigan en la droga como ha sucedido hasta ahora con muchos chicos del barrio. «Muchos de ellos ya la pasan, pero es necesario que eso cambie», explica. Los viernes, los niños acuden con ilusión al entrenamiento de fútbol –algunos incluso están federados–, y a las clases de manualidades, y los sábados pueden elegir entre ajedrez, inglés divertido, baile, teatro y guitarra. Quizás la actividad más importante sea la de apoyo escolar, que se imparte los martes y los jueves, y que cuenta con el apoyo de 32 educadores. Como los problemas no son exclusivos de los más pequeños, los lunes y los jueves hay clases de alfabetización para adultos.

«Es un trabajo gratificante en algunos casos, pero también hay que saber lidiar con la frustración que genera el no poder hacer todo lo que me gustaría», apostilla. A pesar de la dura situación que se vive en su parroquia, para Ruiperez «esta pobreza sigue siendo menos que la del sufrimiento y las lágrimas de muchachos, muchachas, jóvenes y ancianos... que son pobrezas espeirituales, miserias que tocan el alma y hacen llorar mucho más que la falta de una manta», asegura.

Por último, el párroco, que recuerda que la sociedad «margina y olvida» a los que cuentan con menos recursos. «¿Dónde han quedado los valores? Hoy en día no se les da importancia», concluye.