Toledo

Magerit: las aguas que no se ven y dan nombre a la ciudad

Madrid nació, creció, se extendió y se urbaniza aún amoldándose a los muchos ríos subterráneos que la surcan

La Razón
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Los lingüistas no se ponen de acuerdo, aunque la versión más extendida es que la palabra «madrid» tiene su origen en el término árabe «magrit», y evolucionó más tarde al castellano antiguo «magerit». En cualquier caso, su significado está claro: «Aguas subterráneas».

Los primeros madrileños se asentaron alrededor de un río que discurría por la actual calle Toledo y sabían que cerca de la actual Puerta del Sol brotaba otro hilo de agua que bajaba por la actual Arenal hasta unirse con el de su calle. Si esos primeros pobladores pudieran ver los neones de Callao, sabrían que desde allí, por lo que hoy llamamos la calle Canalejas y la Cuesta de San Vicente, un manantial hacía caer agua hasta desembocar en el Manzanares. Aunque un poco más alejados de sus casas, probablemente tampoco les sorprendería leer que la calle Embajadores está construida sobre otro río del que ellos ya tenían constancia. De hecho, por eso hicieron así las primeras calles de la ciudad.

Lo que a lo mejor si les sorprendería un poco más es que 12 siglos después, la forma de la urbe y sus grandes infraestructuras también están sujetas a estas vías de agua.

Desde la plaza de Cuzco y hasta la plaza de Cibeles, casi de forma recta, baja el arroyo de la Castellana. Por eso, la arteria de Madrid es como es.

Allí, la corriente de agua toma fuerza porque se une con una torrentera que baja por la Gran Vía y Alcalá en el oeste y con otro caudal que desciende desde la Puerta de Alcalá por el este. De hecho, fue el agua la que determinó que la plaza se encuentre donde está, que las calles aledañas sean las grandes avenidas que son y que éstas confluyan en donde lo hacen.

Es más, la ubicación del edificio del Banco de España en la plaza se debe a que en los sótanos de este edificio, donde se almacenaba el oro del país, se había construido un ingenioso mecanismo para que estas corrientes de agua inundaran las cámaras en caso de que fuera necesario. Con las salas llenas de agua, mover el pesado metal era prácticamente imposible, por lo que el sistema de seguridad se antojaba muy útil.

Los tres ríos unidos continúan su viaje por el Paseo del Prado girando, ya en Atocha, para, por la Avenida Ciudad de Barcelona, unirse al otro gran río de Madrid (después del Manzanares): Abroñigales.

El manantial de este último se encuentra mucho más al norte, en Hortaleza, y da forma a la M-30 este. De hecho, la infraestructura se construyó en ese sentido, y con esa forma, aprovechando el valle creado por el agua. Dado que miles de vehículos iban a circular por ella, el punto más bajo posible provocaría menos molestias de ruidos, así que sería el más idóneo.

Aquellos primeros habitantes descubrirían enseguida que toda la gran urbe se construyó en función del río Manzanares, del arroyo de la Castellana y del río Abroñigales.

E incluso, probablemente, podrían señalar otras vías de agua, como la que baja desde el Parque de El Retiro para unirse al Arroyo de la Castellana casi en el Museo del Prado. Un río que, entre otros, ha provocado no pocos problemas en los cimientos de edificios como el Casón del Buen Retiro de Madrid.